domingo, 29 de noviembre de 2015

PUENTES

Soy consciente de que los puentes no aguantan.
Los erosiona el agua de los inviernos largos
y nadie los recicla para convertirlos
en ojivas de catedrales góticas.
No aguantan y los abandonamos
junto al resto de cascotes
y nadie se preocupa de su historia, de su pasado.
Nadie se pregunta por el agua que rozó su carne de cemento,
si llegó a ser mar lleno de caracolas,
de cuerpos desnudos de turistas que aliviaron el déficit nacional,
de niños con castillos de arena,
si fueron charco humilde para Plateros sedientos.
No aguantan los puentes.
Se arrancan de la cintura del río
y a lo mejor se mueren de nostalgia,
con esa tristeza negra de muertos enterrados
como un amasijo de olvidos olvidados.
Se ha roto el último puente
que mediaba entre tu vida y mi vida.
Me ha fallado el tiempo.
No me cabe cuando respiro
y soy consciente que el concejal de obras
ordenará retirar los escombros de mi historia
porque molesta a la vista
de los que comen tortilla dominguera
y no tienen por qué amargarse el trago
con el amor que tuve,
con los sueños que soñé a tu lado.
No sé si los puentes se despiden
del agua, de los juncos,
de los novios que se besaron en la hierba,
de las cinturas desnudas por primera vez.
Me entristecen los puentes…
Soy como los puentes,  
que me derrumbo cansado de mi historia
porque no importa a nadie,

ni siquiera a mí mismo.

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