SEDUCCION
Tendría seis o siete años. Tardaba en aparecer por el
salón. Lo sorprendimos planchándose una camisa por la que sentía especial
predilección. ¿Qué haces, chavalín? Estoy tratando de planchar esta camisa. He
quedado con una chica a las seis.
Se me hizo agua el alma. Me acordé de aquellas citas
con la niña Rosa. Jugábamos a los médicos. A ella le dolía el vientre y uno,
médico precoz, lo auscultaba para devolverle su tersura. Olía a jazmines la
sonrisa de Rosa.
Seducir igual a embargar con suavidad, atraer con
dulzura. Un verbo cargado de hermosura y una actitud, la de quien seduce, plena
de contenido humano.
Manuela Carmena es la reciente alcaldesa de Madrid.
Cuando le quisieron entregar el bastón de mando, lo apartó cortésmente. Ella no
ha venido a organizar la vida de los madrileños a base de leyes, de
prohibiciones, de sanciones recaudatorias. No quiere un Madrid a sus pies.
Prefiere tenerlo entre sus manos, vestirlo de soluciones, brindarle
oportunidades, llevarlo a su intimidad. Quiere que los niños no pasen hambre,
que se cumplan los derechos a una vivienda digna, que los desahucios se frenen,
que los desesperanzados se llenen de esperanza, que los angustiados por el
mañana tengan futuro, que los parados vislumbren una salida digna, que el pan
se reparta con equidad, que la vida resulte atractiva y deje de ser una mueca
dura y amarga. No necesita bastón de mando. Le basta con darle contenido a la
sonrisa, a la cercanía, a la proximidad y seducir como una amante.
Si nadie lo toma a mal, diría que Manuela es un
Platero de Juan Ramón. Está hecha de algodón y ternura. Eso no significa que no
sea capaz de soportar los problemas graves, muy graves, que tiene Madrid. La
seducción incluye también asumir los defectos del otro y convertirlos, mediante
la sensibilidad, en belleza.
De esa actitud desconfían los llamados políticos
“prácticos” Y ahí los tienen.
Agazapados. A la espera rabiosa y malintencionada de quien espera con ansia
desmedida un fallo en las promesas, un incumplimiento de prpgrama, un fallo que
resulta ser imperdonable o una elección más o menos aconsejable. Su portavoz,
Rita Maestre, enseñó sus pechos en un acto de reivindicación de la
aconfesionalidad de la universidad. Y los Indas, los Rojos, los Miguel Angel
Rodríguez, los Marhuendas gritan la pureza de España como reserva de los
valores de occidente y la apedrean en la plaza pública como si un canal de
televisión fuera una plaza iraní donde se tiene el derecho detestable de
enterrar a la adúltera o a la que se ha atrevido a conducir sin permiso
marital. Los defensores de la civilización cristiana se olvidan de los
fabricantes de la miseria porque es la única solución para salir de la crisis,
pero farisaicamente se escandalizan de la pureza de unos pechos-protesta.
El ministro del Interior, con un furor impropio de un
alma consagrada a Dios mediante Escrivá de Balaguer, pisotea sin piedad a un
muchacho llamado Zapata por unas frases publicadas en las redes sociales.
Todos, con un mínimo de sensibilidad, hemos tirado la piedra correspondiente
contra él. Yo soy responsable de la mía. Pero de ahí a inhabilitar
vitaliciamente a ese concejal hay un abismo. La sociedad debe creer en la
petición de perdón de los etarras arrepentidos por coherencia social y para
demostrar que los demócratas no somos iguales que los asesinos. Pero se ha
comprobado que unas frases indecentes, y por las cuales se ha pedido mil veces
perdón, no merecen la condescendencia ciudadana.
Si somos sinceros, tenemos que confesar que hay muchos
que se alegran de que Manuela no consiga dar de comer a los niños hambrientos,
que no pueda evitar los desahucios porque el gobierno central acuda a los
tribunales y estos se pongan del lado de los bancos, que no pueda formar
cooperativas de padres y madres que limpien los colegios en lugar de empresas
profesionales, de que los concejales de distrito sean obstinadamente llamados
soviets, de que Manuela tenga que renunciar al metro y a la bicicleta porque
eso le quita categoría, porque fracase en su diálogo con la ciudadanía porque
los políticos no son amigos de las palabras, sino fabricantes mayoristas de
leyes mordazas. Muchos se alegrarían de que Manuela pase a ser la Alcaldesa
Carmena porque los humos se le hayan subido a la cabeza como está mandado.
Muchos se alegrarían de que la seducción fuera respondida con calabazas y la
sonrisa tierna de esta mujer de setenta y un año se convirtiera en un rictus de
amargura y desengaño.
A muchos les molesta Manuela. A muchos les repugna la
seducción. A muchos le repele la ternura.
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