sábado, 6 de junio de 2015

CEJAS


Eran cejas pobladas. Sin llegar a Carrero Blanco, pero pobladas. Cejas radicales de izquierdas. De origen comunistas tal vez, como los soviets actuales que dice Aguirre. Con propósito de destruir la democracia, el sacrosanto orden establecido, el estado de bienestar que sólo la derecha posee como propiedad privada. Aznar había sido el  milagro. No las circunstancias económicas del mundo en general. El milagro era él en persona, en exclusiva como un Cova de Iria con pastorcillos y Fátima dentro, o un Lourdes con agua que cura de repente la hepatitis C.

Los cómicos del momento inventaron aquel gesto de la ceja. Zapatero los imitó. Le hizo perder visión y no vió llegar la crisis que se venía encima. Y entonces empezaron los recortes y con nocturnidad y alevosía (dos características umbrías del PP) embistió la economía española clavándole el 135 de la Constitución por imperativo legal de la Merkel. La Constitución es objeto de una idolatría comparable a las tablas de la ley cuando el dios ardiente de la zarza y Moisés. Pero el pecado hace que todos la incumplamos sin remordimiento alguno. Al tiempo que al prometerla en el momento de la toma de posesión de un cargo, estamos aprobando leyes de mercado que asesinan estómagos, estamos de acuerdo con desahucios indigno del ser humano y damos preferencia a la prima de riesgo por encima del estómago de los niños. París bien vale una misa. El poder bien vale una ceja.

Zapatero se fue para Barranquilla como el caimán y apareció Rajoy. Mayoría absoluta. No necesitaría hablar catalán en la intimidad como el políglota Aznar. Mariano tuvo complejo de anti-milagro. Fátima Báñez se encomendaba a la Blanca Paloma. El ministro del Interior colocaba condecoraciones a vírgenes que habían colaborado a la grandeza de la patria y regalaba fajines para que siguiera siendo capitana de la tropa aragonesa.  Anti-milagro Rajoy porque le sobraba valor para sacudirse de los hombros el yugo de la troika y tenía valor suficiente para presionar a Merkel. Le daría, sin que nadie se lo impusiera, unos céntimos a los bancos y con las sobras levantaría la herencia recibida que era mucha herencia. Todos fueron albaceas de esa herencia. Todo se resumió en herencia. Cospedal, Floriano. Pons, Soraya…todos heredaron la miseria que Mariano, el anti-milagro por modestia, arreglaría en pocos días. El paro, las pensiones, la sanidad, la educación, la dependencia se habían derrumbado con Zapatero. El las pondría de nuevo en pie como un Lázaro resucitado.

¿Pero qué fue de las cejas? Habría por ahí actores, actrices, que además de no pagar impuestos (como descubrió el detective Montoro) se llevaran la mano a la ceja derecha? Porque no tiene explicación que esos de izquierda radical se señalaran la ceja derecha. Habían huido ante una derecha de IVA 21%. La sola presencia de la resurrección del bienestar los hizo fugarse a los campos de concentración de donde los sacó Zapatero, el más radical de izquierdas.

Pero las cejas son parte integrante de la democracia. Deben estar exigidas por algún artículo escondido. A Rajoy se le nota incluso a través del plasma. La ceja izquierda (otro contraste para un PP con antecedentes de Fraga y más atrás) sufre sobresaltos, se estremece ante la novedad de algo. Cuando asegura que ya nadie habla del paro porque hemos conseguido el pleno empleo, cuando las pensiones suben de forma que los ancianos pueden veranear en  Marina Dor y Benidorm se llena de bastones y señoras perfumadas para tomarse un helado vespertino, cuando se asegura que ha terminado la crisis, cuando se descubre que a los bancos no se les ha inyectado dinero, que no hemos sufrido un rescate, que somos un ejemplo para el mundo, su ceja izquierda sufre un asalto como si su propietario le estuviera guiñando un ojo al destino.

A Rajoy le han dicho los neurólogos que su ceja izquierda escribe el futuro. Que cuando Bárcenas, Rato, Granados, Fabra, Matas hayan desaparecido y se afilien a Podemos o a movimientos separatistas, su ceja dejará de ejercer como oráculo. Que cuando Esperanza-sexagenaria-demente-senil deje meterle el dedo en el ojo, que cuando sepa qué hacer con la inutilidad de Floriano, Cospedal, Fátima-blanca-paloma o Celia, su ojo izquierdo llegará a la plenitud de la serenidad.

La ceja izquierda de Rajoy es un símbolo del momento en que estamos hundidos, un ojo lloroso porque se le ha metido el barro de una corrupción absoluta que no consigue ser expulsada y amenaza con cegar para siempre la democracia.

Haría falta una legislación que nos obligara a nacer sin cejas porque ellas son las responsables últimas de la radicalidad de la izquierda quema-conventos y de la banalidad de una derecha digna de ser definitivamente colocada en el museo de cera.

¿Pero sabremos vivir sin cejas?


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