BASTON DE MANDO
Dicen los entendidos que el bastón de mando es una
evolución del cetro que se entregaba como signo de poder al hombre (hay en esta
representación un símbolo de poder sexual como en los monolitos) y como signo
de su autoridad. Del neolítico hablan. De un entonces cuando la obediencia de
una mayoría respondía al ansia de mando de unos pocos. Y de esos pocos surgía
el dominio de alguien sobre la totalidad.
Hace poco estrenábamos ayuntamientos. El neolítico se
llama dos mil quince. La antigua antigüedad se hace actualidad actual. El mundo
mira su reloj y pone en hora el tiempo. La democracia se viste de Tucci y
destierra las pieles del hombre cazador. Y en nuestras manos una papeleta de
libertad que confiere el poder a alguien
no necesariamente con genitales masculinos, aunque son todavía mayoría los que
gobiernan cargados de testosterona. Pero la historia empuja, y los varones
hacen sitio a la mujer porque proclamamos falsamente la igualdad de los géneros
y la capacidad de gobierno del sexo que ha dejado de ser débil.
Hoy las monarquías siguen ostentando un cetro. Hoy
ostentan un bastón de mando los regidores elegidos para nuestros ayuntamientos.
Dicen los políticos que ellos son servidores del pueblo, pero siguen recibiendo
ese servicio mediante el significativo “bastón de mando” Aquí radica la contradicción: servicio y
mando no encajan entre sí. Y lo que en principio es servicio se convierte acto
seguido en mando.
Los que en estas últimas fechas han dejado su puesto
de regidores populares han hecho de su período de tiempo, no un tiempo de
servicio dialogante con los pueblos, sino un período de estricto mando. Y no
hablo de corrompidos ni corruptores. Hablo de un gasto de dinero público que ha
dejado sin recursos a sus ayuntamientos para muchos años. Construcciones a mayor honra del mandante, pero sin
beneficio alguno para sus ciudades. Aeropuertos, residencias de ancianos,
polideportivos, decoraciones de dudoso gusto…Y todo con un dinero sudado por un
pueblo que con frecuencia no necesitaba de esos servicios, pero que el regidor
construía para poner la placa de inauguración con su nombre para la historia.
Y ahora vienen los elegidos y encuentran que el dinero
aportado por los ciudadanos ha sido empleado en construcciones para mayor gloria
del gobernante saliente. Y los nuevos alcaldes se encuentran sin recursos para
niños con hambre, para familias sin solución habitacional, para colegios sin
calefacción, para comedores sociales.
Pero ahora a nadie se le pueden pedir cuentas. Ese puesto
que era servicio público se ha convertido en realidad en mando en virtud de un
bastón que conlleva un sometimiento de todos a la voluntad del regidor. En
absoluto se ha consultado con el pueblo la conveniencia de gastar millones en
granito para cruceiros o sobre la necesidad de un polideportivo o una
residencia de ancianos. Y a posteriori no se puede redimir la falta de diálogo
porque se invoca el bastón de mando y en su posesión incluye la voluntad
soberana de quien lo ostenta. Desde el neolítico al siglo XXI el poder tiende a
ser tiránico y excluyente. La dictadura siempre ronda el sillón presidencial
delante del cual figura el bastón de mando como amenaza. Los políticos camuflan
su voluntad de servicio en el orgullo del mando. La democracia sigue estando
erecta en ese símbolo de opresión. Y de ahí las leyes mordazas, las
prohibiciones de manifestaciones, las amenazas a la libertad de expresión, la
condena de posturas que quieran plantear una realidad de servicio. El orden
establecido es el dios supremo de esta religión oligárquica disfrazada de
libertad de elección. Todo lo que sea apartarse de ese orden establecido está
siendo condenado por leyes que ahogan la iniciativa individual y grupal de
quien se rebele contra unas tablas de la ley inscritas en mármol irrompible y
sagrado.
Ahí está el bastón de mando, capaz de dejar huellas en
las espaldas de los pueblos, en los ijares de la historia.
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