A LO MEJOR ES DEMOCRACIA.
La democracia es una plaza grande. Cabe en ella todo
el que quiera meter el hombro y hacer de la historia un lugar habitable.
Llevamos treinta y tantos años disfrutando de su habitabilidad y sufriendo de
la responsabilidad que conlleva. No es cómoda la democracia. Implica una
aceptación del otro en cuanto otro. Exige apertura suficiente para creer en los
demás y en su voluntad de entrega, de preocupación, de compromiso con la
aventura de la comunidad.
La democracia es una consecuencia de la libertad. O su
causa, según se mire. Pero sobre todo es por definición una despreocupación por
el miedo. Quien convive en el espacio de la democracia es siempre alguien
dispuesto a implicarse, nunca un enemigo con ideas de muerte escondidas. La
democracia no presupone la carencia de errores, pero descarta siempre el miedo.
Miedo y democracia son términos excluyentes. Las dictaduras viven del miedo,
las democracias, de la más limpia esperanza como elemento activo de
construcción cívica.
Fue por las europeas. Accedieron a Europa nuevos
partidos. Algunos quisieron reducir esa aparición a la supresión simple y
simplista de la corbata, el traje Emidio Tucci o el lowe. No aceptaron el
empuje de ideas nuevas, de renovación ideológica, de ampliación democrática.
Enquistados en viejos esquemas, los viejos partidos decidían anclarse en sus
antiguas preocupaciones con los argumentos consabidos. Les faltaba espíritu
creador y decisión para encarar nuevos problemas. Preferían hacer del
parlamento una rutina consistente en echarse en cara los errores pasados y
vivir manchados con las perversiones incrustadas en la historia de cada uno.
Pero la comunidad tenía necesidad de nuevas soluciones
porque nuevos eran los problemas a los que se enfrentaba. Europa tenía delante
cientos de inmigrantes muertos y
amortajados en la espuma del mar. Los que sobrevivían necesitaban soluciones de
legalidad porque para Europa no era importante la miseria en la que la propia
Europa les había sumido, sino papeles que certificaran una legalidad inventada
y que les permitía ser pobres en las coordenadas donde viven mayor número de
ricos. Por su parte, Europa tenía hambre, sus ciudadanos perdían libertades, se
quedaban sin serenidad en sus puestos de trabajo porque no se buscaba mano de
obra digna sino esclavos sometidos al látigo caprichoso de las empresas. Muchos
tenían que refugiar sus estómagos en casa de los padres jubilados. Un gran
número se quedaba sin vivienda porque había que saciar el estómago insaciable
de los bancos. Los enfermos ya no eran pacientes sino mercancía entregada al
mejor postor. Crecía el número de millonarios a costa del crecimiento
exponencial del número de pobres. Eran nuevos problemas. Pero los partidos se
refugiaban en la crisis (nadie le llamaba estafa) y contemplaban esos problemas
como consecuencias lógicas derivadas de esa crisis y en consecuencia resultaban
inevitables. Conclusión: la ciudadanía se fue alejando de esos partidos,
necesitaron vomitarlos porque la izquierda se apartó de los pobres y la derecha
se adhirió al poder de los ricos. Y por tanto la inmensa mayoría se sintió
abandonada. No se desentendieron de la política. Se apartaron de los políticos
por ineficaces, traidores y alentadores de la pobreza.
Fue por las europeas. Vinieron después las autonómicas
y las municipales. Los votos buscaron a quienes se presentaban como savia
nueva. Y triunfaron. Accedieron a presidentes de autonomías y sillones de
alcaldías. Un nuevo estilo emergía entre los muros sacrosantos de los despachos
oficiales. Camisas remangadas, pantalones vaqueros, coches oficiales aparcados
o vendidos, parafernalia desplazándose en bicicleta, presidente con caña y
humilde pincho de tortilla en la barra de una bar. Querían impedir los
desahucios, que los niños comieran tres veces al día, que todos disfrutaran de
gas y luz cuando el frío se instala en los huesos, que los enfermos no sufrieran
la muerte por falta de medicación, que los abuelos sean abuelos y no desecho
laboral, que las playas sean propiedad de la totalidad y no de unos pocos.
Los grandes se reunieron y acordaron inyectar miedo.
Esos alcaldes y presidentes esconden intenciones destructoras de la democracia,
del país, de la constitución, de la economía. Aman a los terrorista porque
ellos son terroristas de Isis dispuestos a degollar las instituciones, son
delegados de regímenes totalitarios y aspiran a implantarlos en la piel de
toro, radicales (prostituyendo la hermosa palabra radical) llenos de odio que
nos quieren llevar a una guerra civil e implantar una dictadura política y
económica, que desean aislar a España del concierto de las naciones, quemar
conventos, violar monjas, fusilar a curas al amanecer.
Miedo. Mucho miedo. Ellos, los grandes partidos, son
los únicos salva patrias, los exclusivos poseedores de la historia, los
demócratas de toda la vida, los garantes del empleo, el estado de bienestar, el
avance ordenado del quehacer histórico.
La ciudadanía exige cambios. No los aceptan los de
siempre. No quieren ver que a lo mejor son cosas de la democracia.
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