viernes, 8 de mayo de 2015

ME ESTA PISANDO, SEÑORA


Pongamos que hablo de una aglomeración. El metro, por ejemplo. El autobús. O esa muchedumbre millonaria que forma la cola de parados. Pongamos que alguien me pisa descuidadamente. En un país educado como el nuestro, me pide disculpas y lamenta que mi pie haya tenido que soportar el peso de todo un cuerpo o la crucifixión de unos tacones elegantes que cimbrean la cintura en los andares de la vida. Uno expresa una mueca-sonrisa y todo queda en un pecado venial de convivencia. Sólo le negamos el perdón y hasta nos sentimos empujados a la bronca cuando alguien tiene el propósito explícito de aplastar nuestro pie y para ello persevera en el pisotón y además carga sobre la pierna delincuente todo la fuerza del pie que humilla y hasta hiere.

En la revolución del 25 de abril portugués, las armas de matar se hicieron cosecha de claveles. Desde ese día soñamos con la muerte del dictador como una transición hermosa donde las flores lucieran en las solapas de los nuevos demócratas como gritos de libertad y concordia. Cada uno era compañero de los demás y aportaba el esfuerzo hermoso que haría del país un aroma que perfumara la historia.

Estamos en campaña electoral. Los viejos políticos prometen y prometen y prometen. Es un mercado de promesas. Algunos, para mirar al futuro, tienen que pedir perdón por el pasado. Haremos bien –vienen a decir- todo lo que antes hicimos mal. Y los electores incluso creemos en el arrepentimiento y les confiamos el mañana absolviendo el ayer. Los condenamos mientras  tomamos café, gritamos en las manifestaciones, juramos nunca más otorgarles nuestra confianza, pero cuando llega el momento nos volvemos comprensivos y renovamos nuestra adhesión. El perdón –al fin y al cabo- es una cualidad de los espíritus grandes y elegantes. Y si la vida no es un acto de elegancia tal vez no valga la pena.

Hoy España hiede. Las aguas fecales inundan la tierra que va desde la tierna Galicia a la fabril Cataluña, baja hasta la cintura madrileña y viaja hasta la elegante alegría andaluza. Se nos pudren entre las manos los trigales y las amapolas. Las cloacas se han adueñado de gran parte de los partidos políticos. Seguimos padeciendo el paro, una sanidad disminuida, una enseñanza tronchada, una dependencia abandonada, miles de familia no tienen materialmente un mendrugo que llevarse a la boca, miles de niños con estómagos engañados como cuando las cartillas de racionamiento, las pelotas de trapo o el pantalón heredado del señorito. Y los que nos han llevado hasta la miseria nos prometen bienestar al día siguiente de su elección y nos exigen que agradezcamos el hambre porque a través de ella hemos llegado a la consumación de un estado de bienestar que nunca hubiéramos soñado. Desfalcos, apropiaciones millonarias, robos, estafas,  comisiones millonarias, dinero empleado en comprar pisos hurtándoselo a necesidades de Nicaragua, abusos de mayores cuasi analfabetos porque empezaron a trabajar a los siete años, dinero mal gastado en aeropuertos y edificaciones para honor y gloria del mandatario de turno, etc, etc. Son algunos de los pisotones de los que ahora piden disculpa, aunque uno no crea en el propósito de enmienda.

Alguien ha llamado a Esperanza Aguirre la madre de todas las corrupciones. Esperanza Aguirre es el compendio de todas las maldades más graves que nos han sucedido. Ha ido haciendo camino político apoyada en la gürtel y en la púnica. La gürtel la destapó ella (que nadie se extrañe) y la púnica es ajena a ella porque ninguno de los implicados era gente de su confianza ( A Granados ella lo  encontró en “un chino” y se lo compró a sabiendas de que carecía de garantías) y mucho menos eran amigos. Los madrileños le rezan cada noche: “bendita sea tu pureza y eternamente lo sea”  Su sangre azul marino (huele a camisa nueva que tú bordaste en rojo ayer) es como un cerco que no permite que se acerque a ella la chusma de ladrones que pululan alrededor de la sexagenaria más cínica que ha conocido la democracia. Ella permanece virgen en medio de una jauría de violadores.  ¿Alguien capaz de traicionar al presidente de su partido, al presidente del país, a su partido político en pleno, nos va a hacer creer que su fidelidad sincera al electorado es un elemento incólume de su mandato?  ¿No produce vómito el abrazo de la condesa a una negra cuando ha puesto en evidencia su desprecio por los inmigrantes en más de una ocasión? ¿Puede ser garantía de libertad alguien que está dispuesto a amputar la libertad de expresión de los medios, que se atreve a decir que mentimos todos los que escuchamos que dijo sobre sobresueldos, que está decidida a cortar el derecho constitucional a la manifestación, a la huelga, al quehacer sindical?

Uno siempre ha preferido la revolución de los claveles al Valle de los Caídos. Uno pretende avanzar en el quehacer histórico, pero sin que nadie nos machaque un pie bajo el disfraz de una muchedumbre.

Me está pisando, señora. Pretende usted aplastar mi dignidad. Y lo peor es que lo hace a cara descubierta, es decir, con la mala sangre azul que le circula por su sexagenaria hipocresía.


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