LAS URNAS TIENEN CARETAS
Las votaciones ciudadanas para elegir a los políticos
vienen siempre precedidas por una campaña electoral. Esa campaña preelectoral
tiene como fin que los diversos partidos den a conocer a los electores lo que
piensan hacer en los distintos campos de la vida de un país en temas tan
importantes como el paro, la sanidad, la educación, las pensiones y con todos
esos aspectos que la realidad les ha ido dictando. Los partidos prometen, con
la seriedad que dan las circunstancias, mejorar hasta el infinito esos vacíos
que se han producido por la desidia de los que les han precedido en el gobierno
o por la imposibilidad que han tenido que sufrir en sus carnes si han sido
ellos los que han estado en el poder. La herencia recibida de otros es
infranqueable en el presente e imposibilita dar cumplimiento a las mejoras
prometidas. Y cuando ha sido uno mismo quien ha fracasado en el intento (o ni
siquiera se ha intentado) se buscan causas ajenas a la propia decisión. La
culpa siempre es ajena a nosotros mismos. Sartre lo tenía claro: el infierno
son los otros.
Todo esto lo hemos visto recientemente, en la campaña
que precedió al 24 de mayo. Lo que no se
hizo se debió a la imposibilidad de hacerlo, o bien por la herencia recibida o
bien porque Europa nos dobló el brazo y los que iban a enfrentarse a Bruselas
sin consentir órdenes recibidas, se percataron que Merkel era una amante
hermosa y cayeron en sus garras pensando que era el cálido regazo de una novia.
Esperanza Aguirre dijo todo lo que dijo y me quedo
corto porque nunca he visto un geiser de aguas fecales hasta que ella destapó
su alma (lo del alma es una forma de hablar). Y gritó que “el cobro de un
dinero por parte de los parados es una beca que les permite disfrutar de un año
sabático” Es decir, que el parado es
como una presidenta de comunidad que se retira un tiempo para disfrutar de su
marido, sus hijos y sus nietos. El estado de bienestar llega hasta el punto de
equiparar al parado del andamio con el disfrute de noches nupciales relajadas y
paellas con niños angelicales que perpetúan la sangra azul de un condado. Todos
somos iguales. El paro no es degradante, sino por el contrario, constituye un
período de disfrute pleno y además pagado por el estado. No tiene explicación
que algunos prediquen que el trabajo dignifica y que es necesario para llenar
la vida de plenitud humana.
Cuando las urnas se vacían, las promesas se esfuman
porque están hechas de falsedades biodegradables. Y las caretas se imponen y el
parado se muere de hambre y los condes viven de la sangre heredada, de la
bragueta noble que los engendró.
David Cameron, en el Reino Unido, ha ganado las
elecciones. Se quitó la careta y su esposa le abrazó con la ternura que
corresponde a una primera dama. Debe ser muy especial ese abrazo porque la
careta que ella bordó noche a noche consiguió que su David del alma fuera hoy
primer ministro. Y David, dando la cara como los mandatarios valientes, aseguró
que se incautaría de los sueldos que cobraran los inmigrantes sin papeles, que
tomaran conciencia de que no tienen derecho a sus ganancias porque los papeles
son más importantes que el estómago, que los bebés que piden leche, que los
chavales que quieren estudiar, que los enfermos que se mueren con un abandono
doloroso. Los inmigrantes sin papeles deben trabajar porque los nativos tienen
que vivir y si pueden hacerlo aplastando los hombros del que llegó huyendo de
la miseria mejor. La crueldad forma parte de los países guardianes de los
valores de occidente, cristianos por herencia, con una jerarquía de valores
donde lo humano se proclama como el valor supremo. Pero los inmigrantes no son
propiamente humanos, sino bestias de carga que deben estar sometidas a las
órdenes de sus amos. No es racismo. No es desprecio. Es algo que emana por lo
visto de la naturaleza misma y David Cameron y Esperanza Aguirre, tan anglófila
ella, no hacen más que poner en evidencia sus valores de raza blanca, con
dinero y látigo para domar y someter al de abajo.
Hay que tener cuidado. Las promesas son
biodegradables. Votamos caretas y las urnas nos devuelven muecas que se hacen
realidad.
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