lunes, 25 de mayo de 2015

LAS URNAS TIENEN CARETAS


Las votaciones ciudadanas para elegir a los políticos vienen siempre precedidas por una campaña electoral. Esa campaña preelectoral tiene como fin que los diversos partidos den a conocer a los electores lo que piensan hacer en los distintos campos de la vida de un país en temas tan importantes como el paro, la sanidad, la educación, las pensiones y con todos esos aspectos que la realidad les ha ido dictando. Los partidos prometen, con la seriedad que dan las circunstancias, mejorar hasta el infinito esos vacíos que se han producido por la desidia de los que les han precedido en el gobierno o por la imposibilidad que han tenido que sufrir en sus carnes si han sido ellos los que han estado en el poder. La herencia recibida de otros es infranqueable en el presente e imposibilita dar cumplimiento a las mejoras prometidas. Y cuando ha sido uno mismo quien ha fracasado en el intento (o ni siquiera se ha intentado) se buscan causas ajenas a la propia decisión. La culpa siempre es ajena a nosotros mismos. Sartre lo tenía claro: el infierno son los otros.

Todo esto lo hemos visto recientemente, en la campaña que precedió al 24  de mayo. Lo que no se hizo se debió a la imposibilidad de hacerlo, o bien por la herencia recibida o bien porque Europa nos dobló el brazo y los que iban a enfrentarse a Bruselas sin consentir órdenes recibidas, se percataron que Merkel era una amante hermosa y cayeron en sus garras pensando que era el cálido regazo de una novia.

Esperanza Aguirre dijo todo lo que dijo y me quedo corto porque nunca he visto un geiser de aguas fecales hasta que ella destapó su alma (lo del alma es una forma de hablar). Y gritó que “el cobro de un dinero por parte de los parados es una beca que les permite disfrutar de un año sabático”  Es decir, que el parado es como una presidenta de comunidad que se retira un tiempo para disfrutar de su marido, sus hijos y sus nietos. El estado de bienestar llega hasta el punto de equiparar al parado del andamio con el disfrute de noches nupciales relajadas y paellas con niños angelicales que perpetúan la sangra azul de un condado. Todos somos iguales. El paro no es degradante, sino por el contrario, constituye un período de disfrute pleno y además pagado por el estado. No tiene explicación que algunos prediquen que el trabajo dignifica y que es necesario para llenar la vida de plenitud humana.

Cuando las urnas se vacían, las promesas se esfuman porque están hechas de falsedades biodegradables. Y las caretas se imponen y el parado se muere de hambre y los condes viven de la sangre heredada, de la bragueta noble que los engendró.

David Cameron, en el Reino Unido, ha ganado las elecciones. Se quitó la careta y su esposa le abrazó con la ternura que corresponde a una primera dama. Debe ser muy especial ese abrazo porque la careta que ella bordó noche a noche consiguió que su David del alma fuera hoy primer ministro. Y David, dando la cara como los mandatarios valientes, aseguró que se incautaría de los sueldos que cobraran los inmigrantes sin papeles, que tomaran conciencia de que no tienen derecho a sus ganancias porque los papeles son más importantes que el estómago, que los bebés que piden leche, que los chavales que quieren estudiar, que los enfermos que se mueren con un abandono doloroso. Los inmigrantes sin papeles deben trabajar porque los nativos tienen que vivir y si pueden hacerlo aplastando los hombros del que llegó huyendo de la miseria mejor. La crueldad forma parte de los países guardianes de los valores de occidente, cristianos por herencia, con una jerarquía de valores donde lo humano se proclama como el valor supremo. Pero los inmigrantes no son propiamente humanos, sino bestias de carga que deben estar sometidas a las órdenes de sus amos. No es racismo. No es desprecio. Es algo que emana por lo visto de la naturaleza misma y David Cameron y Esperanza Aguirre, tan anglófila ella, no hacen más que poner en evidencia sus valores de raza blanca, con dinero y látigo para domar y someter al de abajo.


Hay que tener cuidado. Las promesas son biodegradables. Votamos caretas y las urnas nos devuelven muecas que se hacen realidad.

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