viernes, 1 de mayo de 2015

EL LECHERO


¿Fue Churchill?  Dicen que la dijo. Pero la paternidad de la frase famosa puede pertenecerte porque tú eres un demócrata y esas palabras pueden revelar tu ADN, o el de Pepa (directora-gerente de algo) el de Juan (reponedor de grandes almacenes)  o mía (humilde juntador de palabras)

Si a las siete de la mañana alguien llama a tu puerta, ciertamente es el lechero o el repartidor de periódicos. Cuando se vive en una auténtica democracia, el lechero o el repartidor de periódicos a las siete de la mañana, son signos (no sólo símbolos) que la hacen visible. Sólo puede llamar a tu puerta una paz reconfortante como un vaso de leche caliente o una noticia engendrada en la libertad de expresión  más absoluta.

A las siete de la mañana, en una democracia limpia y transparente, no puede llamar un censor dispuesto a podar tu libertad, a cortar las alas de tu palabra, a poner en duda tu derecho a volar. El vecino del quinto no será nunca un delator de la brigada político social. Aquellos brigadistas llevaron un féretro un veinte de noviembre hasta Cuelgamuros y era tal la simbiosis en que vivían con el cadáver del dictador que se suicidaron con la madera noble de su ataúd y se tiraron fosa abajo hasta perderse en la corrupción evidente de los flujos que emanan de la muerte.

La libertad no es un ente estático. Requiere el esfuerzo creador de cada día. Y exige permanecer alerta porque todo poder, incluso el legítimamente constituido, tiende a cercenarla, a apropiarse la potestad de decidir la bondad o maldad de las opciones ciudadanas. La apropiación de las conciencias es una característica de las religiones y de quienes habiendo sido elegidos en las urnas caen en la tentación de sentirse jueces inapelables. Todo poder, incluso el democrático, tiene tentaciones de dictadura.

Fernández Díaz, actual ministro del interior, y el gobierno al que pertenece, pretende amordazar a la ciudadanía impidiendo por todos los medios las manifestaciones de descontento a las que ha acudido el pueblo para rebelarse contra la producción de miseria que emana de las reformas emprendidas y amparadas bajo el manto de la crisis. Ha convertido a la policía en juez definitivo de nuestra conducta desplazando un poder sagrado en una democracia: el poder judicial. Los ciudadanos no estamos así protegidos por ese poder constitucional de la judicatura, sino por el criterio desorientado de un policía al que se le concede la facultad de juzgar la gravedad o venialidad de una actuación. Franco también lo concebía así porque el Tribunal de Orden Público era la policía (los tristemente famosos grises) con puñetas. El presidente Rajoy manifiesta su predilección por los ciudadanos que optan por el silencio de sus casas y desprecia a los que en la calle alzan la voz exigiendo justicia, pan, medicación, asistencia sanitaria, atención a la dependencia. Y en consecuencia encarga a su ministro de interior que haga de la policía, no un elemento de seguridad, sino un cuerpo de represión.

Y Esperanza Aguirre (esa señora a la que denominan activo importante del PP y madre de todas las “púnicas”) y Cristina Cifuentes, aspirante a la presidencia de la comunidad de Madrid y exdelegada del gobierno que tiene en su haber glorioso la represión en no lejanos acontecimientos monárquicos, respaldan con toda sus fuerzas las imposiciones inconcebibles en democracia del ministro del interior.

Poco a poco, aunque sin disimulo alguno, el gobierno va avanzando en su configuración dictatorial. El exministro Gallardón empezó una labor de aproximación inquietante entre la democracia actual y su suegro Utrera Molina.
Su sucesor, el ministro Catalá, manifiesta que no han tenido el “arrojo” de sancionar a los medio de comunicación que publiquen ciertas noticias con contenido judicial y provenientes de una filtración. El ministro parece que no es partidario de condenar la filtración y la corrupción y le resulta más fácil multar al periodista o al medio que la denuncia y  publica. Esto se llama, sencilla y llanamente, atacar de muerte la libertad de expresión.

Esta regresión a la dictadura creo que está escondida en “algunos miembros”  del partido en el poder. No digo que el PP sea un colectivo dictador, pero es más que evidente que ciertos cargos llevan esa dictadura en las venas. Y es altamente preocupante que el presidente del gobierno no corte esos brotes destituyendo de forma fulminante a los que tienen la osadía de mostrarla y de exigir que los ciudadanos nos veamos sometidos a una reglas que nos costó sangre y vidas desterrar. Y se llame Esperanza Aguirre, Fernández Díaz o Catalá, o cualquier otro “ilustre” nombre del gobierno o del partido deberían ser inmediatamente expulsados del papel de directores de la política.  De lo contrario surge la sospecha de que ese síndrome dictatorial está presente o al menos es una añoranza de aquel franquismo que creíamos definitivamente enterrado.


Si alguien llama a tu puerta a las siete de la mañana, cuidado. A lo mejor no es el lechero.

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