EL LECHERO
¿Fue Churchill? Dicen que la dijo. Pero la paternidad de la
frase famosa puede pertenecerte porque tú eres un demócrata y esas palabras
pueden revelar tu ADN, o el de Pepa (directora-gerente de algo) el de Juan
(reponedor de grandes almacenes) o mía (humilde
juntador de palabras)
Si a las siete de la mañana alguien llama a tu puerta,
ciertamente es el lechero o el repartidor de periódicos. Cuando se vive en una
auténtica democracia, el lechero o el repartidor de periódicos a las siete de
la mañana, son signos (no sólo símbolos) que la hacen visible. Sólo puede
llamar a tu puerta una paz reconfortante como un vaso de leche caliente o una
noticia engendrada en la libertad de expresión más absoluta.
A las siete de la mañana, en una democracia limpia y
transparente, no puede llamar un censor dispuesto a podar tu libertad, a cortar
las alas de tu palabra, a poner en duda tu derecho a volar. El vecino del
quinto no será nunca un delator de la brigada político social. Aquellos
brigadistas llevaron un féretro un veinte de noviembre hasta Cuelgamuros y era
tal la simbiosis en que vivían con el cadáver del dictador que se suicidaron
con la madera noble de su ataúd y se tiraron fosa abajo hasta perderse en la
corrupción evidente de los flujos que emanan de la muerte.
La libertad no es un ente estático. Requiere el
esfuerzo creador de cada día. Y exige permanecer alerta porque todo poder,
incluso el legítimamente constituido, tiende a cercenarla, a apropiarse la
potestad de decidir la bondad o maldad de las opciones ciudadanas. La
apropiación de las conciencias es una característica de las religiones y de
quienes habiendo sido elegidos en las urnas caen en la tentación de sentirse
jueces inapelables. Todo poder, incluso el democrático, tiene tentaciones de
dictadura.
Fernández Díaz, actual ministro del interior, y el
gobierno al que pertenece, pretende amordazar a la ciudadanía impidiendo por
todos los medios las manifestaciones de descontento a las que ha acudido el
pueblo para rebelarse contra la producción de miseria que emana de las reformas
emprendidas y amparadas bajo el manto de la crisis. Ha convertido a la policía
en juez definitivo de nuestra conducta desplazando un poder sagrado en una democracia:
el poder judicial. Los ciudadanos no estamos así protegidos por ese poder
constitucional de la judicatura, sino por el criterio desorientado de un
policía al que se le concede la facultad de juzgar la gravedad o venialidad de
una actuación. Franco también lo concebía así porque el Tribunal de Orden Público
era la policía (los tristemente famosos grises) con puñetas. El presidente
Rajoy manifiesta su predilección por los ciudadanos que optan por el silencio
de sus casas y desprecia a los que en la calle alzan la voz exigiendo justicia,
pan, medicación, asistencia sanitaria, atención a la dependencia. Y en
consecuencia encarga a su ministro de interior que haga de la policía, no un
elemento de seguridad, sino un cuerpo de represión.
Y Esperanza Aguirre (esa señora a la que denominan activo
importante del PP y madre de todas las “púnicas”) y Cristina Cifuentes,
aspirante a la presidencia de la comunidad de Madrid y exdelegada del gobierno
que tiene en su haber glorioso la represión en no lejanos acontecimientos
monárquicos, respaldan con toda sus fuerzas las imposiciones inconcebibles en
democracia del ministro del interior.
Poco a poco, aunque sin disimulo alguno, el gobierno
va avanzando en su configuración dictatorial. El exministro Gallardón empezó
una labor de aproximación inquietante entre la democracia actual y su suegro
Utrera Molina.
Su sucesor, el ministro Catalá, manifiesta que no han
tenido el “arrojo” de sancionar a los medio de comunicación que publiquen
ciertas noticias con contenido judicial y provenientes de una filtración. El
ministro parece que no es partidario de condenar la filtración y la corrupción
y le resulta más fácil multar al periodista o al medio que la denuncia y publica. Esto se llama, sencilla y
llanamente, atacar de muerte la libertad de expresión.
Esta regresión a la dictadura creo que está escondida
en “algunos miembros” del partido en el
poder. No digo que el PP sea un colectivo dictador, pero es más que evidente
que ciertos cargos llevan esa dictadura en las venas. Y es altamente
preocupante que el presidente del gobierno no corte esos brotes destituyendo de
forma fulminante a los que tienen la osadía de mostrarla y de exigir que los
ciudadanos nos veamos sometidos a una reglas que nos costó sangre y vidas
desterrar. Y se llame Esperanza Aguirre, Fernández Díaz o Catalá, o cualquier
otro “ilustre” nombre del gobierno o del partido deberían ser inmediatamente
expulsados del papel de directores de la política. De lo contrario surge la sospecha de que ese
síndrome dictatorial está presente o al menos es una añoranza de aquel
franquismo que creíamos definitivamente enterrado.
Si alguien llama a tu puerta a las siete de la mañana,
cuidado. A lo mejor no es el lechero.
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