lunes, 27 de abril de 2015

DOBLE BESO


Tal vez fuera timidez. Tal vez un miedo venial. Tal vez un respeto infundado. El beso se le había hecho duda cartesiana. Un Hamlet en miniatura le danzaba la conciencia.

Lo soñaba. Era hermoso soñar con un beso. Figuraba un planeta de jabón sostenido por su aliento, flotando como un suspiro esférico. Diminuto, pero inmenso, aunque no llegaba a explicarse esa contradicción.

La besaba en la frente. Era un beso de paz, casi religioso. En las mejillas. En los ojos, para beberse sus lágrimas a veces, para sentirse perdido en el jardín de sus pupilas, para dormirse bajo sus párpados y soñarla más cerca. Ella entonces sentía llamas naciéndole en el vientre, subiendo los montes hermosos de sus pechos. Se le llenaba la boca de ríos y le chorreaba una mar por la comisura de los labios. Su lengua era el resumen de todo su ser. Y esperaba, apoyada en el barandal de sus dientes. Esperaba que él se asomara, que por fin se decidiera a besarle los labios con la ternura de un pájaro, pero con la fuerza de un potro desbocado. El se despedía entonces. Y se iba despacio, dejando atrás el empeño de la ternura, un vendaval doblado sobre sí mismo, un ímpetu anestesiado de distancia.

Y de nuevo soñar. De nuevo preguntarle a la luna. De nuevo agujerear la noche porque en la entrañas de la noche  a lo mejor estaba la respuesta. Y el propósito. Mañana. Mañana ahogaría el miedo, le arrancaría la piel al respeto. Mañana enredaría sus dedos en el rubio de su pelo y su Hamlet interior se enfrentaría  a la más bella calavera y llenaría de luz las sombras de su duda cartesiana.

Era un mitin de pájaros la tarde. Una manifestación de rosas. Una concentración de claveles y magnolios. En el banco de enfrente, unas manos buscando piel bajo la falda. Ella, adivinando latidos y relieves. Los dos inventando un mundo en los labios del otro.

-Se besan los labios, dijo él.
-Nosotros no nos sabemos, dijo ella. No nos hemos mordido para degustar los adentros del otro. No se conocen tus labios y los mios. No se nombran. No se han acercado para averiguar si guardan un amanecer, si tienen un jardín dentro, si los dientes son un manojo de flores, si la lengua es un manantial de caricias. Además, besar los labios es besar dos veces.

“Me gusta que me besen los labios porque es besar dos veces” Me lo había dicho aquella mujer hermosa, a la que nunca besé, a la que no besaré nunca. O sí, porque cuando se sueña lo que puede ser una realidad termina siendo realidad. Porque la realidad la hacemos a fuerza de no separarse de aquellos labios que me enseñaron que el beso es uno y trino,  trinidad adorable, con un mar dentro que se hace sal y espuma en la orilla de las bocas.

Algún día nos besaremos, como los del banco del parque, mientras busco tu piel debajo de la falda y tú percibas los latidos y relieves de mi hombría. Habremos recuperado los besos perdidos, los que se fueron por las acequias del miedo, del falso pudor, de los prejuicios sobre la desnudez de la piel.


Te beso. Bésame. Los besos no se piden. Se regalan.

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