NECESITABA QUERERLA
Necesitaba quererla. Tenía prisa.
Lo iba repitiendo por los campos. Que se enteraran las amapolas abrazadas a los
trigales, la luna apretando la noche, el agua a espaldas de los junco. Que lo
supieran. Un cariño secreto escuece como una piel rasgada, abierta por un vaso
roto, por el roce de una espina, por un alcohol de buena voluntad de madre
tierna.
Ella lo sabía. Lo notaba en la
forma de apretar mi cintura, de deslizar sus dedos entre mis dedos. Pero se
tapaba los ojos y los labios y estrangulaba el beso cuando el beso asomaba a la orilla de su lengua.
Deja que todo fluya, era su
frase. Como si el amor debiera amansar
su fuerza de catarata. Ni siquiera es sexo, le repetía. Y ella, incisiva: es entonces
un amor de beneficencia? No te grita tu sexo cuando mis muslos, mi vientre, mis
pechos, mi cuello? Y me colocaba en la difícil tesitura. Ahogaba aquel grito
que de verdad pronunciaba mi sexo cuando ella salía del agua y era toda
ternura, relieve, volumen. Cuando su pelo rubio arqueaba su espalda, cuando las
bocas mordían y la saliva ungía el beso y lo hacía sacramento del aire.
Deja que todo fluya. Yo hablaba
con mi sangre para ponernos de acuerdo. Y mi sangre se preocupaba, pero no
entendía. El corazón tiene prisas. Debe hacer un recorrido de corazón a corazón
sin perderse en el camino. La sangre preguntaba cuando hacía un alto en los
labios, en los ojos, en el sexo. Y yo le recordaba su mandamiento: deja que
todo fluya. Y a veces era un vendaval la piel, y las caderas se hacían plaza
sin sombra y el vientre una planicie donde reposan las manos cuando ya no les
quedan caricias.
Necesitaba quererla. La luz se
hacía ternura. Tenían cintura las sombras. Las rosas aprendían atardeceres. Las
lunas eran lunas, las noches noches nocheras. Y Lorca ponía de perfil al viento
e Ignacio Sánchez Mejía resucitaba a las cinco en punto de la tarde.
Hoy he llegado hasta el umbral de sus ojos. Estaban llenos
de margaritas azules. Caracolas con un mar resumido, abreviatura de inmensidad.
Sus ojos, salvoconducto para su pelo. Lo acaricié.
Todo ha fluido. Estamos aquí, sin
distancias, sin ausencias, sin lejanías. Llenos los bolsillos de aquellas
recomendaciones que esperaban la fluidez del tiempo, la madurez del corazón
como quien espera la madurez de las cerezas.
Estás. Estoy. Eres. Soy. Y nos
amamos. Todo vive remansado, como en una caracola. Todo es presente. Todo
eterno.
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