martes, 14 de octubre de 2014

MADRUGADA



Madrugaba la hierba en tus caderas.
A orillas de mis labios
tu carne amanecía.
Dios creaba la luz
con el barro incandescente de tus pechos.
Rodaba el  mundo por tu cuerpo,
y tenía la hechura de tus ojos
la piel de los jazmines.
Sólo sabías ser hermosa.
Era la costumbre
de tu cuerpo horizontal,
de tu figura ecuestre
sobre el río vertical de mi inocencia.
En ti desperté aquel día
cuando madrugaba la hierba en tus caderas
y hundías tu estatura

en la cintura  azul de mi oleaje.

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