martes, 14 de octubre de 2014

ANESTESIA





Hay sentencias que huelen a anestesia. Como huelen los quirófanos a carne abierta, a herida programada, a sangre brotada con equilibrio para que la vida no se pierda por las calles de batas verdes. Debió ser terrible en otros tiempos, cuando el manco de Lepanto, cuando a Ignacio de Loyola le amputaron creo recordar que una pierna, cuando el cuchillo, la sierra, cuando el hueso astillado o la herida infectada. Terrible. Hoy nos meten en el túnel de un sueño infinito. Nos inyectan un reloj que va descontando minutos de dolor para la muela, para el cráneo abierto o la epidural que hace de la criatura que viene una repique de alegría. Hoy tenemos anestesia.

Hay sentencias judiciales que huelen a quirófano. Setenta y cinco años pedidos para esos jóvenes que fueron embrión del 15-M. La insurrección esperanzada aparcó en la Puerta del Sol y en los soles de muchas plazas españolas. Y aquellos jóvenes crecieron y se multiplicaron. Y se nubló el sol de la democracia y se nos quedó en nube pura una transición que fue como pudo ser y un desarrollo del poder que infectó la alegría de la libertad. Y la Puerta del Sol se abrió a fuerza de fuerza interior, de músculo del alma, de ímpetu transformador, exigente.

Y fueron miles de descontentos, de indignados apoyados, empujados, elegidos como representantes del grito que venía de lejos. De hogares con hambre, con paro, con cansancio histórico. Porque el poder está siempre a punto de convertirse en dictadura. Porque los elegidos olvidan a los electores. Porque la memoria arrincona a la mayoría absoluta que reside siempre en el pueblo por más que nuestra democracia sea representativa y no asamblearia. Y los elegidos se esconden frecuentemente en ese chiquero para huir de las exigencias de los ciudadanos y tienen miedo a las embestidas de quien reclama estar presente en las decisiones importantes de la sociedad.

Y algunos poderosos reunieron sus insultos y los lanzaron como drones destructores. Total eran un grupo de desarrapados, melenudos, sucios, sin costumbre de ducha. Izquierdistas ultras, amigos de etarras, aniquiladores del sistema democrático, destructores de los valores cristianos propios de los vigías de occidente, violentos holgazanes que querían vivir sin trabajar, aprovechados de esquinas para propiciar roces de muslos con ingles, amorfos vividores a los que no hay que darles mayor importancia, a los que hay que evangelizar para llevarles la buena nueva de ideales sublimes como llegar a quebrar un banco, llenar el tarjetero con documentos black para gastar en sujetadores para amantes, en joyas para la novia oculta, en matar elefantes, en bebidas para paladares exquisitos.

Y junto a esa Juventud, los yayoflautas. Floriano, ese talento político con pinta de Cesar romano, los mira con la ternura de un nieto que siente desprecio por la mayoría de edad cerebral. Y Marhuenda, reptando por las cercanías de un Rajoy que ganará las elecciones y Losantos, y el Cascabel de Intereconomía, y Cuesta y Merlo…y todo ese cuadro periodístico infectado de sobres ocultos… Esos jóvenes deben aspirar a ser Camps, Fabra, Correa, Matas y no conformarse con luchar por el bien de los demás. Y los yayoflautas no tienen derecho a quejarse de nada. Les suben un 0,25 sus pensiones, como nunca en la historia de este país.

Y pasado el tiempo, llegan las sentencias que huelen a quirófano. 75 años para esos 14 jóvenes. Por resistencia a la autoridad, como si los ciudadanos no fueran la autoridad suprema de la democracia. Condenados por exigir, por pedir derechos, por auspiciar un giro que tenga en cuenta la voz del pueblo. Por utópicos que nunca han aceptado que la utopía la tiramos hace tiempo al contenedor de material no reciclable, porque apestaba, porque no se pueden alcanzar los horizontes, porque no vale la pena luchar por una verdad prematura.

75 años de cárcel. Se trata de anestesiar. Se trata de ahogar el grito en ese silencio que tanto valora Rajoy. Se trata de tapar la boca con el miedo a 75 años de cárcel. Mejor en casa, viendo a Jorge Javier o a Somoano. Preservados del frío del invierno, de la solanera del veranos. En un sofá. Confiados en que nuestro representantes políticos pueden rompernos todas la ilusiones porque somos conscientes de que saben los que hacen. Nos pueden dejar sin futuro, sin trabajo, sin vivienda, sin sanidad, sin enseñanza. Pero tenemos la tranquilidad de que saben qué es lo mejor para el populacho.


El quirófano es una advertencia. No somos mancos de Lepanto. Vale la pena la anestesia.

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