lunes, 8 de septiembre de 2014

LAS PIEDRAS NO TIENEN DIGNIDAD


Rossell es un sucesor de Díaz Ferrán. Pertenece al grupo de Arturo Fernández, el que colecciona coches antiguos y precios altos, aunque deba cantidades ingentes a la Seguridad, deuda que él lleva con mucha honra según sus propias palabras. Rossell tiene en sus filas a creadores fecundos de trabajo, aunque sea a las afueras de la vida: Laponia, por ejemplo. Y visionarias como Mónica de Oriol que radiografía a los vagos que no encuentran trabajo y que sin embargo cobran una miseria de cuatrocientos euros que junto a los cuatrocientos de los abuelos dan para un caldo caliente. Pues dice esa gran empresaria que hay que suprimirlos porque los necesita ella para cenar una par de langostas.

Rossell, como Díaz Ferrán, sabe que sólo les pueden crecer los bolsillos si los obreros trabajan más por menos. No hay otra solución, decía Díaz Ferrán, aunque él encontró otras formas de enriquecerse.  Rossell, como Montoro, tiene claro que los salarios han subido moderadamente contra los radicales de extrema izquierda de la O.C.D.E. que piensan que la economía se hunde si no suben.

Me dan miedo esos seres que dicen que se han hecho a sí mismos, que comenzaron de la nada y que hoy figuran en la lista Forbes o que aspiran a figurar en ella. Me dan miedo porque hasta dios necesitó de un puñado de barro para crear al ser humano. Me estremecen, porque la historia es nítida y quienes estaban en la nada y hoy son cúspide tienen una historia de espaldas pisoteadas para llegar a la altura de su respetabilidad actual. Porque han sabido aprovechar la miseria de países donde se pagan unos centavos al día por muchas horas de trabajo, porque emplean sin escrúpulo mano de obra de niños que debían estar jugando a los médicos, descubriendo la hermosa anatomía de un cuerpo ajeno. Coleccionan esclavos manuales como quien colecciona encendedores de oro o pulseras de brillantes. Me causan náuseas imaginarlos donando dinero a cáritas, un dinero manchado con el cansancio de pequeños orfebres de riqueza, manos callosas de hombres y mujeres que olvidan las caricias porque sólo sueñan con prendas que hay que confeccionar o con zapatillas de deportes que permitirán la velocidad de famosos corredores. Me dan miedo eso que dicen haberse hecho a sí mismos.

Algunos de estos prohombres blanquean sus conciencias aceptando que hay quienes sufren las consecuencias de esta estafa perfectamente diseñada para conseguir metas muy concretas y definidas de enriquecimiento. Y hasta dicen estar preocupados por ellos. Entonces manifiestan farisaicamente que son los primeros en desear un tiempo prometedor en que todos retomemos un estado de bienestar que si se ha resquebrajado, es sólo de forma temporal, porque ellos ganando mucho junto a otros ganando hambre conseguirán que regrese la bondad de la vida para todos.

¿Y mientras tanto? Pues mientras tanto habrá que hacer lo que ya otros han hecho: los minijobs, e.d. trabajos con sueldos de hambre. Sueldos que no permiten un presente, ni una independencia vital, ni un proyecto de vida en pareja, ni unos hijos donde derrochar los besos y las caricias que todos llevamos dentro. Estos minijobs se envuelven en chantaje y se sirven a voleo entre los estómagos angustiados de esos millones de parados sin futuro, sin más esperanza que la desesperanza. Y en cada entrevista de trabajo hay una propuesta indecente: o lo tomas o hay millones esperando esta oportunidad. Y Rossell y su distinguida compañía de hombres hechos a sí mismos gritan a los cuatro vientos: menos da una piedra.

Y entonces uno saca una conclusión: las piedras sólo saben dar pedradas, romper heridas, abrir ríos de sangre, aflorar el dolor y en ocasiones provocar la muerte. Las piedras dan poco, pero ese poco es látigo, desprecio dolorido, desvergüenza desbocada.

Y sobre todo de las piedras no brota dignidad. Algunos tienen una concepción tan miserable de la vida que les basta con el omega de oro.  el dupont de oro, la estilográfica de oro. Algunos sólo aspiran a eso. Ignoran que hay seres que necesitan dignidad como medida de la propia vida. Y no conciben que alguien desprecie un sueldo de minijobs en base a que es indigno, en base a que no engendran la dignidad sin la que algunos no saben vivir ni les merece la pena vivir.

Hay quienes desprecian la dignidad porque sólo entienden de pedradas.



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