jueves, 28 de agosto de 2014

AQUELLA MOTO…


-Te llevo a tu casa, me dijo.

Y por un momento pensé en las dimensiones de la moto que necesariamente obligarían a la cercanía más atractiva de los cuerpos. Crucé los brazos sobre su cintura, a corta distancia de su vientre. Había una frontera de cuero entre sus nalgas y mis ingles. Aquel uniforme negro de motorista le daba elegancia al cuerpo, aunque difuminaba un poco sus curvas. El casco. Los guantes. Era un poema de viento sobre su moto, negra también, a juego con sus ojos.

-Me gusta que me abracen por detrás, gritó.

-Y que te besen el cuello, le dije, recordando aquel tiempo casi puberal, de colegiales los dos, cuando jugábamos a querernos y la oscuridad de un portal cualquiera era el escondite de las caricias.

Pasada la gasolinera paró la moto, se quitó el casco, volvió la cara y se encontró con mis labios.

-Quería besarte. Quería que me besaras. Mi uniforme de cuero no permite más.

Desabrochó mis brazos apretados a su cintura, me invitó a bajarme con gesto suave de mariposa y me eché a andar sin ni siquiera saber dónde estaba mi casa.

Pedí un café con leche. Y apoyado en la barra le pregunté al camarero:

-¿Usted cree que la vida se resume en un beso?

Retiró el café antes de que lo probara y me dijo muy serio:

-Son dos euros.

 Dejé cincuenta céntimos de propia y me fui caminando no sé a dónde.


La vida se concentra en una hipoteca, pensó el camarero y siguió fregando platos porque el director del banco entraba por la puerta.

No hay comentarios: