sábado, 5 de abril de 2014

SOMOS


Nos presentó la vida un lunes por la tarde. Mayo. Al apretar tu mano  me mojaste de tristeza. Llevabas restos de otoño en el alma, enredados en tus pestañas, resbalando por el azul de tus ojos. Te hacía más hermosa tu tristeza. Iba a juego con el chal de tus hombros. Hablamos bajito hasta tu casa. Para no espantar las rosas, para no despertar la hierba sembrada de besos de diez y ocho años. Nos rozamos las mejillas en una despedida costosa. Seguiste mis pasos. Estabas allí cuando doblé la esquina, cuando exigía mi alma la certeza de que seguías como buscando una llave que conoces desde siempre porque tiene huellas de tu infancia. Existen las esquinas y las esquinas son adioses que duelen porque crean distancias, ausencias, vacíos.

Pensé en tu blusa blanca. Delgada. Como una caricia para tus pechos libres, visibles casi, adivinados sin duda. Pensé en tu falda negra. Corta. Imaginé el cruce de tus piernas al estirar las medias. Siempre se me incendian las manos con ese ritual sagrado, cuando una mujer acopla sus medias a las medidas exactas de sus muslos.

Nos presentó la vida un lunes por la tarde. Era Mayo. Ha pasado el verano, el invierno y es primavera nuevamente. Quererte se ha ido haciendo un estilo de vida. Nunca desabroché tu blusa. No bajé la cremallera de tu falda. No he visto el cruce de tus piernas al ponerte las medias. Nadie supo darme referencias de tus labios, de tus caricias, de tu cuerpo haciendo el amor entre las sábanas. No has caminado mi piel. No tengo escritas tus huellas digitales. Nunca circunvalaste el grito de mi sexo.

Todo fue nunca entre tú y yo. No importa. Nos hemos tocado el alma como quien alcanza un horizonte.



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