domingo, 13 de abril de 2014

PALABRA DE OBISPO


Todos, en democracia, tenemos derecho a disfrutar de la libertad de expresión. También los obispos uno a uno y en conjunto como Conferencia episcopal. Y esa libertad de opinión abarca la totalidad de los temas que afectan a la vida y al quehacer de la sociedad. No creo que nadie piense que el hecho de pertenecer a una rama religiosa integrada en un estado laico les prive de esa facultad.

En el tardo franquismo, cuando sobre todos pesaba la mordaza del silencio, la voz de ciertos obispos fue fundamental como exigencia de derechos esenciales. Tarancón, Inhiesta, Bueno Monreal, fustigaron la dictadura y exigieron una apertura que nunca les perdonó el régimen. Añoveros tuvo a punto un avión que lo llevaría al destierro.  Zamora albergó una cárcel dedicada a curas rebeldes que haciendo manifiesta su disconformidad con el golpista eran condenados por el Tribunal de Orden Público. Hay que reconocer, no obstante, que eran excepción y que la mayoría de obispos y curas disfrutaron del nacional catolicismo y bendijeron el golpe de estado como oportunidad para manipular las conciencias y beneficiarse de privilegios. La jerarquía se prostituyó e hizo de los principios del movimiento un evangelio amancebado con la dictadura.

La Constitución proclamó teóricamente la laicicidad del estado. Pero se quedó en articulado documental. En realidad la jerarquía sigue exigiendo un pedestal de privilegio enraizado en tradiciones (no confundir con tradición) y en supuestas mayorías de pertenencia a la Iglesia Católica. Sigue en el empeño de apropiarse el espureo papel de manipulación de las conciencias, de adecuar la vida ciudadana a sus postulados cargados frecuentemente de un lastre secular y pretendiendo hacer de ese moho temporal una enseñanza derivada de máximas evangélicas. Y con ello ha conseguido convertir el mensaje cristiano en un refranero práctico con una respuesta de mercadillo para las grandes interrogantes del hombre.

Pero sin renunciar a su libertad de expresión, los obispos deben renunciar a la imposición de opinión e incluso a utilizar la palabra como medio de vehicular posturas carentes de fundamento científico y evangélico. Es frecuente oir a miembros laicos o religiosos de la iglesia la aberrante afirmación de que la ciencia debe estar sometida a la fe. Y los más indulgentes aseguran que fe y ciencia no siguen caminos paralelos, sino que aquella prevalece siempre sobre ésta. Y lo que no tiene perdón de dios (nunca mejor dicho) es afirmar que ciertas teorías vienen impuestas desde la revelación. ¿De verdad que en el evangelio se condenan las células madre? ¿En serio que la muerte hay que aceptarla en el dolor frecuentemente tremendo de una agonía? ¿Se debe en nombre de Jesús condenar el placer sexual si no se practica con fines procreativos? ¿Es posible que se fundamente en el mensaje cristiano el desprecio de la mujer y la misoginia imperante en la casta episcopal? ¿De verdad el aborto es abominable porque dios insufla un alma “portadora de valores eternos” en el momento mismo de la concepción, como si estuviera a los pies de la cama esperando el éxtasis orgásmico? ¿Seguimos?

Ciertas opiniones  de la jerarquía no tienen valor porque están en contradicción con la ciencia y ni siquiera gozan del respaldo evangélico. Aparte de esta debilidad de opinión, una gran mayoría de veces componen un argumentario absolutamente absurdo. La masturbación conduce a la ceguera. La mujer debe someterse al varón como la iglesia se somete a Cristo. El onanismo es un aborto porque se desperdicia un semen destinado a la procreación. La virginidad es un valor superior al matrimonio como si la piel del antebrazo debiera subordinarse a la de la pierna derecha.

No voy a relatar la cantidad de opiniones episcopales absurdas, malintencionadas, manipuladoras y distorsionantes de la realidad. Una breve alusión sólo a algunas referidas a la homosexualidad. Mons. Camino: “La homosexualidad es contraria a la naturaleza” Por supuesto que no es capaz de definir eso que él llama “naturaleza” o “derecho natural”  Reig Pla, obispo de Alcalá de Henares, últimamente ha provocado la carcajada, no sólo de los alejados de la Iglesia, sino incluso de sus seguidores. Y últimamente, el obispo de Málaga, monseñor Catalá afirmando que el matrimonio entre dos personas del mismo sexo es el equivalente al matrimonio entre un humano y un perro.

Tiremos a la basura esa afirmación de que en democracia todas las opiniones son respetables. Me rebelo contra esa respetabilidad universal. Un sistema que defiende el nazismo, la superioridad del blanco sobre el negro, que apuesta por la desaparición forzada de los contrarios a un régimen dictatorial, etc. no pueden ser respetables ni siquiera en virtud de la libertad de expresión.

Tampoco los obispos gozan de la una libertad de opinión que les permita exponer ideas como las mencionadas sobre la homosexualidad. No sólo no son respetables, sino que son insultantes, vomitivas y repugnantes. Y creo que los tribunales deberían castigar semejantes masturbaciones mentales porque esas sí, provienen de una ceguera mental.

Juan XXIII solía decir que sólo tiene derecho a hablar quien tiene algo que decir. Tal vez el Papa bueno le estaba tapando la boca a tanta expresión perversa que hoy permite la justicia en virtud de nadie sabe qué libertad de expresión.



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