lunes, 9 de diciembre de 2013

NUNCA FUE PRIMAVERA.



Pons hacía frases redondas, esféricas, para que nada se escapara de ese ruedo sonoro del valenciano que tiene camisa blanca. Que decía que la tenía entonces, cuando era oposición. Ahora ya no se sabe el color de su camisa. Ni él reclama la blancura de aquel ariel blanqueador. Tal vez ha tomado conciencia de que las camisas se manchan cuando se babean mentiras. Eran entonces las pensiones-jauja, la sanidad intocable, la creación de tres millones de puestos de trabajo de forma inmediata porque era una vergüenza que el PSOE tuviera el entretenimiento de crear parados y más parados. Y la enseñanza sería el anticipo de un futuro irrenunciable. Mariano era el oasis con agua fresca, con palmeras como refugio cuando el país huía de la destrucción socialista. Y con Mariano la prima de riesgo, los mercados, Europa desobedecida, economía madura como una fruta. Servicios sociales, impuestos, reconquista de todo lo perdido porque en la Moncloa entraría Pelayo y se convertiría en el Aznar II de España, y Santiago el gallego animado por Rouco, y Zapatero-Boabdil llorando como una Leire, una Aido, una Carmen, una Trini. Mujeres al fin y al cabo que deberían estar sirviendo la comida caliente a los Orejas, los Montoros, los Guindos. Porque las mujeres sólo son mujeres y sirven para lo que sirven como diría Sostres, Usía, Antonio Burgos o Ansón, el enamorado de la ingles de las tenistas.

Entonces Pons necesitaba una primavera. Y ponía como ejemplo a Egipto y a Libia y a Siria. Ya es primavera en el Corte Inglés. Y Pons imaginaba bikinis con muslos apretados, pechos erectos señalando el futuro, faldas como enjambres de alegría, pantalones con paquetes de regalo y gafas de sol para soportar la alegría triunfal del Partido Popular. Pons prometía una primavera, la exigía y azuzaba a los españoles a crearla frente, tal vez contra, Zapatero, eterno invierno, desollador de árboles en flor cultivados por Aznar. Y llevaba de la mano a Cospedal, la María Goretti de Castilla-La-Mancha, la patrona de los trabajadores, la Pilar Primo de Ribera capaz de pintar líneas rojas como muros de Berlín, con cuchillas futuras para que no la saltaran la pobreza, los jubilados, los docentes, los enfermos, los dependientes. Nadie saltaría el estado de bienestar porque eso era sagrado como el Corpus de peineta y elegancia toledana.

Y unos días antes de la Navidad de 2.012 apareció en los jardines de Moncloa Papá Noel, con el mundo en el saco para los españoles buenos. Todo era  puro regalo. Por fin en invierno  era primavera. Pons ensayaba el juramento por mi conciencia y honor, como ministro de y cumplir y hacer cumplir la Constitución. Es decir vengo a hacer lo que esa Constitución me manda: reconocer que el trabajo es un derecho, que la vivienda es un derecho, que la enseñanza es un derecho, que la pensión es un derecho. El lo hubiera cumplido porque no quería manchar su camisa blanca. Pero no lo nombraron ministro. Y se miró en el espejo para seguir construyendo frases redondas.

Entronizaron a Rajoy y Rajoy ahuyentó con su sola presencia el rescate. Era una línea de financiación, creo. Lo arregló todo y voló a ver a la Roja que en adelante debería llamarse azulona. Y volvió. Y empezaron a diluviar las promesas. Ni un solo recorte como los que anunciaba el pérfido Rubalcaba. Reformas, sí, porque Zapatero fue un padre vicioso que dejó una herencia acumulada por encima de sus posibilidades. Y así la totalidad de los españoles. Subidos a su propio vivir por arriba de esa pobreza a la que deberían haberse acostumbrado, pero que ahora rehusaban como nuevos ricos a los que no les pertenece lo que falsamente habían sido sus derechos. Pero él, después de venir del futbol, empezó a hacer reformas.

Si supimos vivir con cartilla de racionamiento, con casas de socorro, pedir en las puertas de las iglesias, ser viejos con mocos y muletas de madera, morirnos a tiempo para no ser estorbo, aprender con la regla golpeando las puntas de los dedos, emigrar a la vendimia, besar la mano de los curas que nos daban un trozo de pan después de misa de doce, vivir de la caridad sin justicia, calentarnos con el brasero, vestir en el corte parroquial donde las señoras buenas que comulgaban nos daban ropita para los niños. Si sabíamos vivir así, por qué habría que cambiar? Y Rajoy nos empujó, reforma a reforma, hasta nuestro estado natural, primitivo, del que nunca deberíamos haber salido porque los pobres siempre deben seguir siéndolo, porque hay que respetar las tradiciones.

Y ahí estamos de nuevo. Sin calefacción, con hambre, con niños desnutridos, con estudiantes que no lo son, con emigrantes como cuando era entonces, con jubilados que han sido devueltos a su estado de viejos, con caridad supliendo a justicia, con mujeres con carnet de mujeres que les otorga Gallardón, con enfermos que se mueren porque es ley divina, según dice  Cañizares Cardenal,
Remitiendo los estómagos a la vida eterna, asegurando que sólo los perseguidos por el ministro del interior irán al cielo.


Por fin nos han redimido y nos han colocado en el hemisferio del tiempo que nos corresponde. Ya nunca es primavera.

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