sábado, 16 de noviembre de 2013

LO HUMANO



El Papa Pablo VI se presentó hace unos años en la sede de Naciones Unidas. No vengo –dijo- como representante religioso, ni como depositario de una fe en un dios concreto, ni como jefe de un estado pequeño, ni como portador de títulos que me responsabilizan ante todos vosotros. Vengo como “experto en humanidad”

La ciencia ha avanzado en una carrera que deja atrás el ayer cuando apenas hemos llegado al hoy. Es una velocidad de vértigo. Veía hace poco la preconización de la posible reproducción de miembros humanos a partir de un número de células en una copiadora capaz de fabricar en tres dimensiones. Disculpen si mi descripción no se corresponde con la exactitud que debiera. Uno es lego en muchos campos, en casi todos. Sólo quería dejar patente que a veces sólo hay que soñar para que lo inimaginable sea realidad, para que la utopía camine por las aceras del mundo.

Los avances científicos parecen humanizar la vida de los seres humanos. Pero sacándole cabeza en su estatura, está la tremenda deshumanización que padecemos. Se constata un desinterés por ser expertos en humanidad. Parece que lo humano lo hemos desechado como un sobrante ni siquiera reciclable.

Lo del becerro de oro y su deificación viene de antiguo. No hemos descubierto ahora esos pitones que encañonan la femoral y se lleva por delante la sangre de los pobres. Grecia alumbró la democracia y le dio una vida nueva a la política. Y la política intenta la perpetua salvación del mundo. Y lo digo desde la profunda convicción, desde la necesidad de convocar lo mejor de cada ciudadano para entregarlo al proyecto de vida de la comunidad. Y en esas estamos, con nuestras urnas desempolvadas cada poco tiempo, celebrando la fiesta de la libertad, confiriendo a nuestros políticos la representación de nuestras metas, de nuestras utopías.

En esta entrega a los políticos reside el peligro de eximirnos de toda responsabilidad porque partimos de la falsedad de que a ellos, y sólo a ellos, corresponde la dirección de la historia. Nos quedamos al margen y entregamos irresponsablemente a sus manos lo que nos constituye como humanos: nuestra propia aventura.

Y los políticos a su vez se sitúan a la orilla de su quehacer para entregar, también irresponsablemente, las inquietudes de los ciudadanos, al ímpetu de la economía. Y entonces una crisis sistémica de los bancos mundiales desata eso que llaman crisis y que es en el fondo una estrategia perfectamente pensada y diagramada para subvertir el humano devenir de la historia y dar primacía a la ideología sobre el factor humano.

Y surgen nuevas coordenadas. Hipotecas basura, inflación, deflación, prima de riesgo, mercados. Y a cada uno de nosotros nos graban en la frente la palabra crisis. Y vamos marcados como un ganado gregario y sin criterio. Y nos empapan de millones de parados, de hambre, de carencia de servicios sociales, de sanidad deprimida. Y se dice con claridad que los viejos estorban a la economía (lo ha afirmado la gerente del FMI) y que su muerte sería un empuje para la recuperación. Y se justifican los desahucios, la desnutrición infantil, la amputación de futuro para los jóvenes, la supresión de ayudas a dependientes, el hambre escondida bajo unos cartones para que no se sonrojen las estrellas. Y se desprecia al enfermos, la prevención sanitaria. Se colocan cuchillas en las fronteras para que los inmigrantes desangren sus ilusiones de una vida mejor. Se retuerce el diccionario para que emigración se llame movilidad exterior, para que los brotes verdes alimenten los estómagos rumiantes, para que el abandono lo consideremos relajación vital de la existencia. Pero el asco se sigue llamando asco, la opresión, opresión, y la desaparición de derechos elementales dictadura de corbata y mocasín.

Hemos puesto la economía por delante del factor humano. Y para extraer ese dinero perforamos la humanidad, la destrozamos, con la esperanza de llegar hasta la riqueza de unos pocos aplastando a la mayoría con sus propios escombros.

Nacemos en el vientre de una ventanilla bancaria y nos entierran en la caja fuerte de un banquero.


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