martes, 26 de noviembre de 2013

ARBOLES



Arboles que son
la última palabra.
Arboles sin sombra,
sin ramas,
sin viviendas  nidos,
huérfanos de sol,
sin luna en las espaldas.
Arboles erectos
como el despertar  del hombre
del  sueño,
de los sueños,
los ensueños.
Los árboles son palabra,
sombra gritada,
estrella retorcida.
Olivo, por ejemplo,
fruto amargo.
Ciprés,
recuerdo sin memoria.
Arboles,
vigilando la calle,
por si el beso,
por si el sexo,
por si los ventanales
revelan almohadas
y sábanas
y piernas que se encuentran
a escondidas,
con el secreto en los labios,
tapando con el pecho los pechos.
Odio a veces los árboles,
porque no son mar,
porque son primavera
cuando  soy invierno.
Odio a veces los árboles
porque no son tú,
porque ignoran tu piel,
tu carne,
tu aliento
creador de nostalgias,
de cuando entonces
y siempre
y de vez en cuando
nos enterrábamos
en la hierba
para regarla de luz,
de bocas,
de manos,
de quien eras,
de quien era
los que ya no somos,

los que no seremos.

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