viernes, 7 de junio de 2013

HASTA QUE LAS URNAS NOS SEPAREN


Franco llegó a finales de sí mismo. Lo enterramos fuera de la historia y el camino de la libertad se hizo tarea. Suárez venía del ayer pero se empeñó en inaugurar un mañana. Y echamos a correr alegría abajo, Constitución abajo, derechos fundamentales abajo. Nos dedicamos a inventar el futuro, a adueñarnos de nuestro destino, a sentirnos insustituibles en el quehacer. Nadie podría usurparnos nuestra capacidad de decisión. A nadie, ni siquiera a los que eligiéramos, le entregaríamos lo que sólo a los ciudadanos corresponde en propiedad inalienable.
La democracia es el poder del pueblo. Deberíamos clavar este cartel por todas las esquinas, en todas las puertas ciudadanas y en los balcones de los gobernantes. De esta forma nadie podría hacer dejación de sus dominios y ningún poderoso podría apropiarse de lo que sólo le ha sido entregado en calidad de administrador. No debo esconder la solidaridad de cooperar al bien de la comunidad, ni “los de arriba” pueden caer en una “democracia dictatorial”  Y ambas posturas son más frecuentes de lo permisivo. Abdicar de mi iniciativa como actor democrático significa situarme en las afueras de la conciencia colectiva. Que un gobierno, por el hecho de haber sido elegido, se crea con capacidad de actuar al margen de las aspiraciones sociales,  significa que el uniforme de otros tiempos se ha cambiado por la corbata cuyo nudo ahoga tanto el cuello de los ciudadanos como las cachas oscuras de otros tiempos.
La capacidad de elegir gobernantes cada cuatro años no exime a nadie de la obligación de permanecer en la empresa de la democracia construyéndola día a día. La capacidad de ser elegido no otorga un poder omnímodo para convertir esa elección en la apropiación del devenir. Ni siquiera cuando la cantidad de votos recibidos otorga una mayoría absoluta.
Sobre una campaña de promesas vendidas al por mayor por todas las esquinas, el pueblo eligió no hace mucho a un gobierno del Partido Popular. Y lo elegimos para que hiciera realidad aquellas promesas. En medio de una situación de oleaje nos hablaron de puestos de trabajo, de sanidad, de impuestos, de educación, de pensiones. Se le echó en cara a Rodríguez Zapatero el no haberse enterado de  una crisis que le estalló en los ojos. El Partido Popular, pese a ser consciente de lo que no había reconocido Zapatero, prometió y prometió y prometió. Dejó bien claro que España debía hacer frente a Europa para no desestabilizar el estado de bienestar porque había líneas rojas que no se podría atravesar ni por imperativo de la princesa Merkel.
Rajoy y su gobierno se han dado una enorme prisa en derrumbar ese estado de bienestar. Sanidad, educación, servicios sociales…España es una escombrera de materiales de derribo. Y la enorme hemorragia se quiso taponar con otra falsedad: no conocíamos la herencia que nos tocaba, es decir, no sabíamos el estado de la cuestión. A zapatero pudo sorprenderle la crisis y cierto es que no actuó de acuerdo a ella. Pero culpar a la herencia o a la ignorancia del estado de cosas es de un cinismo escalofriante.
¿Y qué puede suceder cuando se da esta situación?  ¿Qué solución existe si un partido, sea el que fuere, engaña conscientemente a su electorado y una vez elegido da la espalda a sus promesas y lleva al país a toda prisa hacia la ruina, hacia un cambio de situación por motivos ideológicos?  Porque poniendo como pantalla una crisis que es en realidad una estafa, lo que está haciendo este gobierno es poner en vigencia una ideología en la que se diferencian dos clases de ciudadanos separados por el abismo podrido del dinero. La sociedad “debe” dividirse en ricos y pobres y los primeros proliferarán a costa de los segundos. Y según ese modelo, la sanidad, la enseñanza, la atención a la dependencia, la infancia, los maltratados, la seguridad, la justicia y todo aquello que configuraba el estado de bienestar pasa a ser patrimonio de quienes pueden pagárselo y se expropia de ellos a los que carezcan de dinero. Se rescata a los bancos y se despoja a los que tienen una hipoteca, se entrega la sanidad a empresarios capaces de hacer negocio, podrán apelar a una tribunal superior los que se lo puedan pagar y podrán abortar en Londres los que gratuitamente no puedan hacerlo en la seguridad social.
Es necesario entonces un “golpe de estado civil y pacífico” Que nadie me llame nazi, ni filoetarra, ni antisistema, ni anti demócrata, ni por supuesto violento. Que tome nota quien deba tomarla de que no puedo permitir que se me engañe, que estoy en mi derecho de obligar a cumplir lo que se me prometió, que el voto es algo muy serio y que en serio se lo deben tomar sus destinatarios.
El matrimonio con las urnas debe tener vigencia hasta que las urnas nos separen. Lo cual no puede significar esperar, como algunos proclaman, a una próximas elecciones al final de la legislatura. Significa que hoy, aquí y ahora se nos debe devolver el poder usurpado con la falacia cínica y faisaicamente ejercida.


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