miércoles, 26 de junio de 2013

BUNGA, BUNGA




Se ha comprado (Berlusconi lo compra todo) un ramo de margaritas y juega a los amores: ¿Me quieres?  ¿No me quieres?  Italia es elegante hasta geográficamente. E Italia lo ha venido queriendo durante tiempo y tiempo.

Inhabilitado de por vida. Berlusconi en el cuarto de los trastos viejos. Con los juguetes rotosde los que fueron niños y no quieren perder su infancia. El aspirador desahuciado pero que sigue ahí por si acaso. Cama primitiva, cuando el amor fresco, cuando los pechos radiantes, cuando los mulos sostenía la catedral de aquel cuerpo. Y tirado como un desecho, Berlusconi. Hasta que un día cualquiera pase el camión de los trastos viejos y se lo encuentre junto al contenedor de lo no reciclable. Le han quitado las pilas del bunga bunga. Lo han vaciado de carne fresca y juvenil. Se ausentaron los mandatarios de virilidad erecta pero ridícula. Han perdido al cliente las putas de lujo. Y hay como una orfandad de las que gustaban palacios y son ahora carne de camionero.

Tres mujeres como juezas. Tres mujeres togadas que le escuecen a Berlusconi en el alma. Tres mujeres diciéndole que su lugar es el trastero, que no vale para político, que no sirve para la convivencia del país, que mejor está en la cárcel, entre machetes criminales y ladrones de alto copete.

Italia siempre fue cambiante. Estrenaba primer ministro con la frecuencia de quien respira aire fresco a tantas inspiraciones por minuto. Italia es la historia de Europa, el arte de Europa, la elegancia de Europa. Todos somos un poco italianos. Por eso nos dolía Berluconi. Porque nos estiraba la piel con cirugía, porque recogía cosecha de millones, porque nunca sería calvo, porque nos dolió la catedral de bronce contra la cara reconstruida.

Tarde o temprano (muy tarde para mi gusto en este caso) los pueblos se sientan en una acera cualquiera, piensan, acarician su pasado, miran a los ojos del presente y se plantean el futuro. Y entonces empiezan a recuperar su dignidad. Porque la condena de Berlusconi es la condena de quienes le votaron una y otra vez y se hicieron cómplices de su orgullo mafioso, de su desvergüenza política, de su vientre reptil por los lodazales de la historia. Hay mucho berlusconi condenado, inservible, desahuciado en el trastero, a punto de que se los lleve el camión del material no reciclable. Demasiado votante implicado, demasiada papeleta manchada, demasiadas urnas-ataúdes de podredumbre.

Obama, Merkel, Zapatero, Aznar…Todos se dejaron besar y todos besaros la piel acartonada de Berlusconi. Aznar ahora lo llama delincuente. Pero ese delincuente no pudo faltar junto a Correa, Bárcenas y el bigotes-barbas a la boda imperial del José María Primero de Irak.

Pero siempre hay un momento en que los pueblos, como pródigos, regresan a su dignidad y prometen vivir en ella. Tienen que renunciar a muchas cosas, pero le empiezan a sacar gusto al pan caliente de la honradez y dejan de ser cómplices para convertirse en ciudadanos corresponsables de la marcha de su país.

Hay quienes necesitan una democracia de plazos. Cada cuatro años uno tiene derecho a sentirse demócrata mediante una votación. Es la gran fiesta de la libertad. Y cuando la jornada electoral termina, cada uno vuelve al anaquel de descatalogado y se limita a criticar lo que él mismo eligió, sin necesidad de descolgar su empuje ciudadano para hacer el bienestar de las res-pública. Allá los políticos. Para eso los hemos elegido. Y entonces el votante se convierte en cómplice de quienes demonizan al pueblo, de quienes destruyen lo conseguido con mucho esfuerzo y al que despóticamente se le echa en cara una mayoría conseguida gracias a esos que ahora deben permanecer al margen de cualquier decisión.

Nuestros políticos nos condenan. Nos convierten en berlusconis arrinconados, nos olvidan en el trastero, nos dejan sin bunga bunga, y nos inyectan sumisión anestesiante para sajarnos el alma con el menor dolor posible.

A lo mejor es la hora de recuperar nuestra dignidad, de cambiar el camino para divisar la utopía, de vivir la desnudez de la libertad, el vértigo de la responsabilidad para sentirnos hacedores permanentes del futuro. Hay que salir del trastero, gritar nuestra iniciativa y decirle a quien corresponda que somos ciudadanos, que el poder es  nuestro, que la palabra nos corresponde como propiedad inalienable, que la democracia somos ante todo nosotros. Y que el Congreso de los Diputados es nuestra casa. Y que la Moncloa es nuestra residencia. Que todas las instituciones son patrimonio de la ciudadanía.

Renuncio al bunga bunga, a la carne fresca de prostitutas azules, a erecciones presidenciales de vigorexia imposible, al corazón mafioso  que todos llevamos en los talones. Renuncio a ser Berlusconi, a sus pompas y a sus obras.

Me exijo ser imposible para que sea posible el mundo que fue sueño, que fue sueño, que fue sueño…tan real como el mar que hay debajo de los adoquines de la vida.




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