sábado, 19 de enero de 2013


HEDONISMO




Los humanos no estamos conformes con la limitación impuesta por las fronteras del tiempo. “El hombre es en ser en el tiempo”  decían los existencialistas. Las ansias de sobrepasar esas fronteras han sido potenciadas por las religiones que prometen otra vida eterna feliz o desgraciada según el comportamiento que hayamos tenido en este valle de lágrimas. Pero ante la duda de que esa vida de ultratumba pueda o no desmoronarse, los humanos nos empeñamos en perdurar en el recuerdo de los que seguirán  en la historia. Y el recuerdo se convierte en una metaexistencia en la que desprovistos de limitación alguna gocemos de la juventud de la memoria siempre renovada de los que vivirán el mañana.

Esta urgencia de perdurar se agudiza en los políticos. Son conscientes de la perdurabilidad de sus privilegios, de sus agendas de contactos útiles, de sus prerrogativas económicas. Pero añoran como nadie el salto al futuro por la alusión a sus decisiones de construir carreteras, puentes, monumentos o legislaciones que demuestren la capacidad creativa de su paso por la presidencia de un país, por un ministerio o por una simple concejalía de boina y bastón. Y por ahí van, destruyendo lo que hizo el cargo anterior, para dejar la impronta de su pie.

Gallardón pasó gran parte de su vida disimulando ser gallardón. Era un Alberto sin apellido. Aspirando a lo que aspiraba, pero diciendo que no aspiraba. Dejándose entrever como un escote que esconde pero que es sólo balcón de promesas. Nunca estuvo donde estaba porque quería estar donde no estaba. Presidente de la Comunidad de Madrid con un palacio de la Moncloa en el bolsillo. Alcalde de Madrid con Génova-séptima-planta en los zapatos. Con un banco azul-ministerial, pero los ojos puestos en un banco azul-Rajoy que lleva escondido en un cartapacio rojo que disimula el azul-Utrera-Molina.

Llegaré, se dice a sí mismo ante el espejo, mientras sostiene la corona de laurel en sus cejas de mont-blanc. Falta menos para la meta, aunque nunca sea mérito de Esperanza-caza-talentos. Ella no leerá mi currículum porque tiene un jefe catalán separatista y yo soy  patriota de la España una, grande y libre que heredé de Fraga.  Alberto por ahora hasta el Gallardón de mañana, ha ampliado el espejo de la entrada de su casa, de su despacho, de su coche oficial. Para verse de cuerpo entero, para que reflejar su grandeza grande, su inconmensurable estatura de estadista.

Alberto, por ahora sólo Alberto, contempla el antiguo edificio de Correos, con una diminuta Ana Botella dentro, porque el nuevo ayuntamiento le viene grande, porque le sobra belleza a Ana y José María juntos, y pone sus pies sobre la M-30 asfaltada con siete mil millones de euros, atascada de deuda como si de una operación retorno se tratara.

Y Alberto, presidente de sí mismo y para sí mismo, en espera del todo nacional, empieza haciendo mujer a la mujer sólo si es madre, siendo matrona de niños imposibles, blandiendo cárceles para madres sin maternidad, poniendo cadenas a la pena para que sea más perpetua, revisándola para que no se oxide, cerrando horizontes de reinserción porque la Constitución hay que cumplirla pero sólo hasta cierto punto, colgándole  precio a la justicia, castigando a los que den pan a un inmigrante negro porque eso es retardar la pureza de la raza, desenamorando la homosexualidad porque la testosterona se ejerce como Dios manda, porque hay que sublevarse contra los besos, las caricias y los muslos anatematizados por Rouco príncipe, por Opus primogénito, por infiernos prometidos.

Va caminando Alberto hacia el Gallardón de mañana, hacia la presidencia suprema, hacia la carcajada contra Esperanza-funcionaria-pobre-funcionaria, cazatalentos de cocacola y tabacaleras cancerígenas. El ya no es él y sus circunstancias de simple presidente madrileño, de alcalde estrenando carreteras, de ministro doblando la cabeza. Ahora él ya es él.

Juro por mi conciencia y honor ser Gallardón para siempre



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