sábado, 28 de julio de 2012


HAMBRE




Hay que hacerle preguntas a la vida. Tal vez eso es la vida: una pregunta. ¿Pero a quién tiene que preguntar la vida?  Ahí está la interrogante base. ¿Quién tiene la respuesta?  ¿Quién es la respuesta?  ¿Dios, tal vez?  ¿O Dios es el último silencio de ese misterio que es el hombre?  ¿O Dios, empeñado en construir su propia existencia, no está por la tarea de ser respuesta?  ¿No le toca tal vez ser juez porque se ha puesto de parte de la libertad humana con todas sus consecuencias? Un borbotón de preguntas, sin respuestas tal vez, engendrando interrogantes nuevas, pariendo dudas sobre la duda.

¿Dónde está tu hermano?  Yo no soy responsable de mi hermano. No tengo respuesta sobre el misterio que es porque ni siquiera tengo respuesta sobre el misterio que soy. Y así vamos, revoloteando sobre cumbres inaccesibles, sobre el vértigo del otro y de nosotros mismos. Dejando la metafísica arriba, hay también preguntas a ras de estómago. ¿Qué hacemos con el hambre?  Porque hay bocas abandonadas, sin besos, sin escalofríos de amor rozando, sobrevolando el nido del contacto enamorado. Hay bocas con hambre. Y tripas que son gritos, aullidos de desamparo, crujidos de abandono. Madres de pechos huecos. Niños sin dulzura de leche. Hombres con la esperanza tronchada. Viejos tragándose las últimas horas de una soledad maldita.

¿Qué hacemos con el hambre?  PIB, crisis, recortes, mercados, bancos insatisfechos, exigentes, devorando insaciablemente dinero de todos. Seis millones casi de parados queriendo arrimar el hombro, buscando pan caliente para niños que a las cinco, con el colegio a cuestas, pedirán un cacho, sólo un cacho para chutar a gol y sentirse campeones del mundo. Y la madre volverá sus lágrimas contra la pared porque las paredes comprenden siempre el llanto de las madres.

¿Qué hacemos con el hambre en el mundo? Habrá que preguntarle a los fabricantes de armamento, a las multinacionales que compran cosechas enteras de alimentos a precios estrechos para venderlos a los grandes distribuidores. Monopolios de riqueza para explotar el hambre del universo, para que los precios rueden y se vayan engordando como una bola de nieve negra y maldita.

¿Qué hacemos con el hambre en España?  Desde la libertad conquistada, desde la democracia abierta, desde los derechos construidos, desde el bienestar hecho poco a poco como un cesto de jazmines que decore la vida. Desde una sanidad alumbrada entre todos, unos servicios sociales, una educación semilla de futuro…Se ha hundido ese castillo amueblado con el sudor del pasado, del presente hacia una mañana que le dará brillo a la existencia. Y ahora sólo ruinas. No importa quién lo haya hecho. O sí importa y mucho. Pero ahí está el destrozo, premeditado supongo, diagramado supongo, llevado a cabo a conciencia supongo.

Y está el hambre. Un millón setecientas treinta y siete mil seiscientas familias con todos sus miembros sin trabajo. A una media de tres miembros por familia…echen cuentas. Cinco millones doscientos doce mil ochocientos españoles sin ingresos. Hay hambre en España. Una potencia económica, nos dicen. Con su G-20, con su aspiración de Juegos Olímpicos, con sus copas futboleras, sus tenistas, sus científicos, sus universidades. Pero con sus Ratos, sus Blesas, sus Botines, sus González, sus Gürtel, sus Fabras, sus Montoros y sus Guindos perdidos en el bosque, sus Rajoys fumando a escondidas debajo de la mesa…

67 millones de kilos de alimentos para paliar el hambre en España. Como cuando la leche en polvo y el queso color butano. Como cuando las alpargatas, como cuando los niños tenían vocación de seminario porque se comía caliente, como cuando las casas de socorro. ¿Otra vez la posguerra, los años cuarenta, Franco bajo palio, los pantanos inaugurados, los fusilamientos al amanecer, los hospicios para niños, otra vez los obispos en las cortes azules del franquismo?¿Otra vez estamos en el ayer?

Puede ser que me respondan los pinos, o el mar o los besos antiguos sembrados entre viejas preguntas. Preguntar por el hambre es responder por la infamia. Háganlo, por favor. Yo me siento cansado y quiero olvidar que existo.

1 comentario:

pcjamilena dijo...

¡Cómo refresca la memoria de alpargata y hambre de posguerra! Duele, pero detrás de sus reflexiones están los que las comprendemos, maldiciendo a los causantes, sabiendo que estos, no pasan hambre y... encima hablan en nombre de todos y dicen que todos hemos vivido por encima de nuestras posibilidades.
¿Será que estamos en otra contienda entre los ya corruptos y los que aspiran a serlo algún día? Porque si no, no se entiende, cuando la guerra debería ser entre indecentes y honrados y de estos últimos somos más.

Un abrazo amigo Rafael.