jueves, 15 de marzo de 2012

LOS NIÑOS NO VAN A RUSIA


Lo he leído no sé dónde. Tal vez en muchos sitios: En Grecia se ha incrementado últimamente el abandono de niños. Muchas familias se sienten impotentes para mantenerlos y los dejan en la calle con la esperanza de que alguien los recoja, les dé de comer y les proporcione una educación. El dolor se hace padre, se hace madre y camina en busca de la cartilla de racionamiento que no alcanza la altura del hambre, de la desesperación, de la amargura. De vez en cuando una mirada al contenedor de basura. Ya no está la criatura. Alguien se la ha llevado, o la hipotermia, o la muerte. Niños con un  asco vital en la garganta, con el abandono en la cintura, con la pena del desamparo en los talones. ¿Andará el niño por la vida?  ¿Se habrá alojado en la muerte como en un hostal eterno, sin tiempo para vivir, sin esperanza para la sonrisa?  Ya no está el niño. Sólo queda llorar la ausencia, morderse el alma y amargarse las venas.

Hubo otro tiempo en España. Una guerra llenando las calles con la muerte en las esquinas. Y las madres y los padres despidiendo a sus hijos. Poco años la chavalería. Pantalón corto recién estrenado. Falditas pudorosas para ellas hechas  de dictadura amarga por la Sección Femenina. Camino del exilio iban. Llevándose el abandono, el recuerdo, la memoria cruda del padre muerto, de la madre pañuelo negro, luto para siempre, muslos cerrados para siempre, recuerdos podridos para siempre. Niños de la guerra. Como si fueran el engendro de una bomba, como si Queipo-macho fecundara las pistolas con un semen envenenado de odio. Niños de la guerra, viejos hoy, muertos hoy, con las manos y los ojos y el corazón hechos recuerdo de infamia, de explosión de sótanos, de fusilamientos al amanecer. Con padres por las cunetas actuales sin que nadie empuje los cadáveres a tumbas donde se haga la muerte más decente, más humana, más entrañable. Garzón anda lejos y no hay que reabrir heridas. Como si la boca de los muertos sin enterrar no fueran heridas abiertas, hemorragias amargas, derroche de tiempo sin cicatrizar. Nadie se atreve a recolectar esta cosecha de muertos crecidos en las tapias, con amaneceres dentro, hinchados de memoria, de nostalgia, de tumbas con flores y un padre nuestro laico.

Deuda soberana le llaman, prima de riesgo, déficit inaplazable. Hay que arruinar la sanidad, la enseñanza, la dependencia, la cadena perpetua, gritarle a la mujer que su cuerpo, por bello, es patrimonio nacional y que Gallardón se encargará de cuidarlo como a la Mezquita, como a la Alambra, como a la Torre del Oro. Hay que expulsar a los negros porque comen, a los marroquíes porque comen, a los rumanos porque comen. Hay que prohibir la libre circulación de personas, dice Sarkozy,  porque estorban a la libre circulación del dinero. Hay que refundar el capitalismo que no queremos refundar. Hay que mimar al mercado europeo hundiendo la unión europea. Hay que llamar reformas a los recortes, reordenación sanitaria al cierre de hospitales, dinamización de la enseñanza al despido de maestros, hay que abandonar a los dependientes porque hay que fomentar la independencia, hay que enseñarle a los parados que Laponia queda a la derecha del mapa, hay que trabajar más ganando menos, como María Dolores, como Rosell, como Feito, como Fernández que se apellida Fernández, como yo, porque no puede apellidarse Fernández de Córdoba-marqués-coleccionista-de-coches-caprichosos.

Los niños no van a Rusia ni regresan en aquel Semiramis que organizó el caudillo victorioso que venció al comunismo y nos hizo católicos para siempre por los siglos de los siglos. Ahora nos avergüenza el hambre. Escondemos el hambre. La llevamos a comedores sociales para pintarla de rosa y que los vecinos crean que volvemos del restaurante. Y cuando llega el desahucio, cuando el niño pide la merienda, cuando al abuelo hay que suprimirle la picadura y el mechero de chasca, y cuando la abuela se muere en la urgencia en el último sillón de su vida, y no llega la mamografía y se le adelanta el cáncer

Los niños no van a Rusia. Se quedan acurrucados en la miseria, refugiados en la cocaína tirando de bolsos por Preciados, agazapados en las colas del paro para hacerse parados de mayores.

Los niños griegos, italianos, portugueses, españoles no van a Rusia. Viven embarcados en el Semiramis del INEM, vendiendo números a euro en la cola, mientras los padres venden chatarra como amargura y amargura como chatarra de seres desguazados.



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