martes, 31 de enero de 2012

LOS POLITICOS, UN PROBLEMA.

Cuarenta años vivimos (mejor dicho, “duramos”) sin ejercicio político. Ministerios, Diputaciones, Gobernadores, Alcaldes eran todos producto del dedo supremo de El Pardo. Ejecutores de órdenes emanadas desde la sagrada supremacía del dictador instalado en su gloria-bajo-palio para que el sol de la historia no se le colara en el cerebro. “Haga como yo –aconsejaba a sus subordinados- no se meta en política” Y de tal castración heredamos una visión miope del quehacer común y responsable de quien piensa y arrima el hombro con conciencia constructora de un futuro común.

Durante los oscuros años del franquismo luchamos por la democracia, pero cuando llegó nos pilló por sorpresa. Nos evadimos del compromiso activo e ineludible que comporta y dejamos, por genes heredados, que fueran los políticos quienes pensaran y decidieran por nosotros. Y convertimos la democracia en un derecho de todos a la crítica del quehacer de unos pocos. Desde el cómodo graderío de sombra, aplaudimos o abucheamos la faena. Terminamos el puro y nos vamos a casa con los aplausos o la bronca por los pasillos del alma.

Los políticos se han convertido en un grave problema para los ciudadanos. La superficial equiparación de todos con la corrupción, con la ambición por mantener su puesto, con la falta de implicación en la marcha del país, ha conseguido convertir a los políticos en un problema que está por delante del terrorismo en el rango de preocupaciones. ¿Nos estamos tomando en serio esta postura ciudadana? Porque no basta con ignorarla o despreciarla por injusta. El cáncer es un fracaso de la naturaleza, pero está ahí, en la carne del canceroso. Y hay que aplicarle tratamiento porque de lo contrario se nos muere.

Pero los primeros que tienen que tomarse en serio este fracaso de la democracia son los propios políticos. Dejando atrás la crisis que no era crisis, los parados que rápidamente serían recolocados, los brotes verdes que nunca se hicieron primavera, permitamos que Zapatero, cuyo buen hacer nadie debería poner en duda en otros campos, se instale en la historia, y veamos la nueva hornada que nos gobierna hoy.

Subiremos las pensiones el uno por ciento. Y todas las arrugas reunidas aplaudieron. Nadie les dijo que sobre un aumento de 16 euros recaería una retención de de 257. Recortar el salario de los funcionarios y subir impuestos era la forma más evidente de hundir al país en la depresión y de empobrecer la creación de empleo. La vergüenza del número de parados debería paliarse con la inmediata creación de empleo. Para eso era el Partido de los Parados, según María Dolores. Nadie debe mandarnos en Europa. Nuestra soberanía está por encima de Merkel y Sarkozy. Rajoy, Pons, Cospedal, Montoso, Soraya proclamaron la inviolabilidad de la enseñanza y la sanidad. Una semana después de la llegada al poder se produce la mayor subida de impuestos y los recortes más drásticos que hayamos conocido en democracia. Y ahí estamos, a la espera de una reforma laboral que será tan cruel que el propio Presidente augura una huelga general. Lo dice entre sonrisas en Bruselas y en un ejercicio de falta total de elegancia lo atribuye a la herencia recibida. Las mismas medidas boicoteadas durante la anterior legislatura entre truenos y rayos son ahora elevadas a la categoría de salvación indispensable. Cospedal, desde su oquedad vital y política, exige que los socialistas pidan perdón al tiempo que solicita indulgencia plenaria para el quehacer de un gobierno arrodillado ante el capital y ante la dictadora alemana.

Uno se pregunta, la verdad que de una forma una tanto retórica, si Rajoy y su equipo no fueron capaces de palpar la realidad que vivían y que se avecinaba o si más bien tuvieron el descaro de engañar a sabiendas (prevaricación programática podría llamarse) a los votantes para acercarse a la alfombra roja del poderío.

El Partido Popular nos amenaza día tras día con la llegada de situaciones más difíciles si no cumplimos con lo que los empresarios españoles y europeos pìden, con lo que el capital desvergonzado exige, co lo que los mercados imponen. Y bajo este miedo, uno de cada cuatro españoles está arrinconado en una pobreza como no conocíamos desde hace muchos años…

A la ciudadanía no se la engaña. El retroceso premeditado en servicios sociales, en destrucción del estado del bienestar, en avances laborales adquiridos con mucho sudor, en una legislación que reconocía derechos elementales, conlleva a ese desprecio tan peligroso hacia los políticos. De ese descontento desengañado a la añoranza de una dictadura hay poco trecho.

Los políticos deben tomar conciencia de que la honestidad no es sólo mantenerse al margen de una corrupción económica. Es ante todo el empeño una no corrupción de la palabra. Porque la palabra es el vientre lúcido donde se engendra la democracia.

1 comentario:

Emilia María dijo...

http://lacomunidad.elpais.com/vaya-tropa/2012/2/3/tabla-rasa
No me has dejado poner toda la ristra de palabras. Si quieres te las mando. Soy Kikamondelo. Es que en el blog no sale. Yo doy la cara. El apodo, avatar, fue un rollo.