domingo, 18 de diciembre de 2011

AMOR Y BRAGUETA

El amor abre camino a las caricias. Señalando los besos, la ternura. El tacto minero averiguando senderos hasta encontrar el centro de la vida. Se hace fusión la hermosura. Se relaja el cansancio de ser hombre. La verticalidad femenina se encumbra como un ciprés erecto. Ya está hecho el amor. Amor para siempre como huella existencial, marcadas las ingles con una eternidad de luz amanecida.

Así nacemos. Desgajados del beso y la caricia. Del amor viniendo. Hijos tuteados del encuentro fecundo de la noche, de la tarde, del amanecer luminoso con niebla en los tuétanos. Miramos hacia atrás y allí están ellos, amándose en la vida, en la muerte, en la nostalgia impar de una añorada soledad. Los padres, fabricando cestitos de recuerdos, pisando despacio los senderos de ser abuelos, ese parto posterior a la sombra de la vida.

No somos un recuerdo, una añoranza, una nostalgia. Somos fruto maduro, zumo de existencia querida, engendrada, moldeada. Barro viviente somos. Tierra prometida, pisada, estremecida, como un horizonte conquistado. Venimos de donde venimos como quien llega a sí mismo con un nombre plantado en las entrañas.

La vida es una herencia enamorada. Se lleva entre las manos hasta una plenitud de muerte consentida. Y ahí dejamos a los hijos en las puertas gloriosas de la vida para que sean para siempre otra herencia enamorada hasta la plenitud de una muerte consentida. La historia no se repite. No se repite el amor. De uno y otro vinimos, vienen, vendrán. Y se inaugura la vida original, siempre original, sin sombras del ayer, hacia el mañana.

¿Pero y la aristocracia? La aristocracia es sólo una adherencia ajena al esqueleto. Un balcón para asomarse desde la sola riqueza monetaria, y mirar por encima de la vida a la vida del hombre despreciado. La aristocracia es sólo una ignorancia sobre sí mismo que revela un ser que nunca fue. La aristocracia es un engaño de la historia para darle una seriedad burlesca a la existencia. Lo humano nace del amor. La aristocracia sólo de la bragueta. Sólo orgasmo de orgullo. Bragueta abierta bajo una gabardina de exhibición pornográfica. Onanismo por soledad altanera nunca compartida. La aristocracia ha vivido históricamente enfrentada a los plebeyos y a costa de ellos. El mundo ha rodado, pero las alturas sociales permanecen detenidas en su pedestal. No son capaces de intuir que quien no se mueve, muere alzado en su propia incapacidad de evolución.

Cayetano Martínez de Irujo, duque de lo que sea, grande de cualquier cosa. Noble dicen. ¿Noble? Aristócrata: como si le colgara entre los parietales un sexo extraño que no supo hacer otra cosa que engendrar pergaminos que certifican una existencia adúltera de la existencia. Pergaminos cubriendo la corporeidad porque no aguanta el desnudo elegante de la vivencia sin más. Hijo simple de años transcurridos por la inercia temporal de los siglos de los siglos.

Cayetano-botas-altas para pisar, sólo pisar por costumbre de antepasados. Conquistadores con espada que él añora para derrocar manos hartas de sol andaluz, de labios sedientos de chorros de luz, de grietas de aceitunas escarchadas. Para cortar cabezas con vendavales dentro, pero capaces de acariciar un cuerpo, de regalar besos y besos hasta hacer hijos del viento con algodón de cosechas tempraneras.

Cayetano-jinete de caballos con orgullo, aunque le escuezan las espuelas del señorito. Es fácil espolear cuando se tiene el pan arriba y abajo, muy abajo, está el hambre. Para eso hay que ser duque de lo que sea y grande de cualquier cosa.

“Aceituneros altivos” curtidos en el amor de una noche, de una tarde, del amanecer luminoso con niebla en los tuétanos.

Aristocracia nacida de bragueta, de onanismo impar por miedo a compartir existencia.

Que cada cual escoja entre raíces de amor y gabardina pornográfica asustando a la vida en las esquinas.







No hay comentarios: