domingo, 27 de junio de 2010

VALLECAS SE HIZO ALEGRIA

Vallecas era hondonada, pozo tragándose la vida, masticando presentes y futuros. Mil novecientos y demasiados años. Barro hasta la cintura de la sangre. Hasta el cuello del viento el polvo del verano. Andaluces, manchegos, extremeños hundidos en una tierra soñada, prometida, pero alcanzada nunca.

Estaba José María Llanos. “Cuarenta aventuras hacia Dios” Vidas ejemplares de señoritos del tiempo. De aquel tiempo oscuro, gris plomizo, también pozo engullendo rojerío, Vallecas-hondonada alimentada de angustias. Falangistas de la España que empezaba a amanecer. Cuadrados ante Dios, brazo en alto, porque Dios era franquista. El hombre siempre aspira a dioses de derechas. “Cuarenta aventuras hacia Dios” Libro contando vidas mal iniciadas, pecadoras, descarriadas pero corregida la flecha a tiempo, hacia “el puesto que tengo allí”, como Fernando Fernán Gómez-Balarrasa. Los niños de entonces, niños suburbiales sin calle Velázquez, pantalón corto-alpargatas, queríamos ser como ellos: señoritos-brazo-en-alto, visitadores superiores de Vallecas, brillantes los zapatos, camisa almidonada.

Vallecas olvidada. Rebosada de andaluces, manchegos y extremeños. Cigarrillos Ideales y Celtas sin filtro los domingos. Cura-Llanos-puño-cerrado, pero amigo. Carné de Comisiones. Marcelino en Carabanchel, con Sartorius, y tantos, y tantos. Sitiados de pelotones de fusilamiento. Cura Llanos comunista. Con boina de pueblo pobre, sotana sucia de mocos que pedían caramelos. Cura Llanos arengando, exigiendo techos dignos, calles dignas, parques dignos. Reclamando dignidad-patrimonio de los pobres. Repartiéndola también. Porque a los pobres les sobra. Porque la pobreza tiene altura suficiente para mirar por encima a los niños de Serrano que llevaban estampitas de bendita sea tu pureza y Sagrado Corazón en vos confío.

Llegó hasta su miseria otro cura desarraigado: José María Díez Alegría. Un expulsado más. Lo exilió Roma. Lo desterraron los jesuitas. Desterrado: expoliado de tierra. Se vino al barro de Vallecas. Barro primigenio capaz de engendrar hombres nuevos. Sin Vaticanos opulentos. Sin Ignacios y Loyolas. Ilegal jesuita “sin papeles” Alegría se hizo Vallecas. Era urgencia su venida, para apuntalar el hombro del cura Llanos, puño cerrado exigiendo una ración de justicia. Y allí se quedó José María, con su esperanza escrita, su esperanza vivida, sitiada de heterodoxias, defendiéndola de cánones vacíos, narcotizantes, de amenazas papales y desprecios cardenalicios. “Yo creo en la esperanza” Libro resumen de una existencia. Lo tengo aquí guardado, alimento de entonces, de ahora, de la muerte que viene pasado mañana. En Vallecas eran necesarios el pan, la alegría y la esperanza.

Ya no frecuentaban el Pozo del Tío Raimundo los niños de Serrano. Eran los de las fotocopiadoras subversivas, Las Sauquillos, los Aranas, José Luis “el chino” Al Obispo Iniesta lo vigilaban de cerca los grises. Le gritaban a Tarancón mientras liaba su caldo de gallina y amaba por encima de sus gafas a Llanos-Alegría. El barro se iba secando. Había una hermosa fusión de esfuerzos, de gritos, de rebeldías. Vallecas fraguándose a sí misma, apoyándose en su propia energía, convirtiéndose en tierra de promesa, de hoy conseguido, de mañana vislumbrado.

Se añoran las fotocopiadoras rebeldes, subversivas. Se han vuelto grises, acomodaticias, rutinarias. Necesitamos testigos que “esperancen” el futuro. La Paca está en el Congreso. El “chino” se enamoró de Canarias. Se ausentaron Iniesta y Tarancón. José María guardó la eternidad bajo su boina. A los 98 años se ha marchado sin ruido, soñado de silencio, el último José María, el exiliado, el sin papeles. Se ha plantado para siempre en la esperanza y la alegría.