martes, 10 de febrero de 2009

ELUANA

Sin más apellidos que su muerte, que su dolor-hijo diecisiete años parido, que su alma vegetal como un helecho nevado. Se fue yendo despacio, apoyado el silencio en sus ojos dormidos. Lentamente muriendo, como se muere un amor original, el beso adolescente, el primer trago de vino y carne. Sin ruido, como la luz, la sonrisa o el roce del viento.

Gritaba Berlusconi desde su macabra y vergonzosa conciencia. Conciencia de implante y silicona, sucia, saldo de mercadillo todo a cien. Conciencia manoseada, prostituida, de segunda, tercera mano. Acostumbrada a estrechar manos que firman sentencias de muerte, que declaran guerras preventivas, que hace de la inmigración hambrienta una delincuencia. Berlusconi sufriendo por la muerte de Eluana. Berlusconi obcecado en salvar esa vida, olvidando complicidades sanguinarias, exiliándose de la propia corrupción, de la cárcel, de la justicia, para ejercer de hombre bueno, santo, inmaculado, junto a Benedicto de blanco, zapatos-lujo-elegante. Benedicto, empujando las puertas de la muerte de Eluana porque espera un milagro. El Papa no cree en la ciencia, no cree en el hombre. Tiene fe en lo imposible. El Vaticano es el mundo-ajeno-al-mundo, residencia hipócrita y farisea. Benedicto-Berlusconi apelando a un dios caricatura, gozando con el sufrimiento humano, artista del dolor, dibujante de miserias, vendedor de tragedias listas para consumir por estómagos resignados. Exigiendo justicia para la mano asesina. Que Dios la perdone, imploraba el Papa. Sin clemencia para Eluana, porque su deber era sufrir, sólo sufrir, adornando la existencia de los que tienen escocido el corazón. “Eluana no ha muerto, ha sido asesinada” Lo dijo un senador italiano. Pudo más esa muerte crecida en el costado que la conciencia redentora de Berlusconi, de Benedicto, del senador blasfemo.

Querían forzar la alimentación de esa niña muerta hace diecisiete años. Gritaban a favor de la vida, ellos, acostumbrados a sillas eléctricas, a inyecciones letales, a bombas de racimo. Les resultaba cruel dejarla morir de hambre. Preferían que muriera de pena, de asco, de abandono, pero con el estómago lleno.
Cada siete segundos muere un niño de hambre. El sida acuchilla a millones de seres. A las mujeres las matan los que un día les colgaron un beso en los ojos. Las guerras son un factor de desarrollo. El petróleo corre por la piel de los países consumistas a costa de que a los pobres sólo les chorree sangre. Las venas de los pobres están vacías. Son conductos huecos. De los pechos de las mujeres africanas sólo mana la nada. Una nada envenenada que mata la cría de ojos grandes y estómagos planetarios.
Desconectamos a tres cuartas partes de la humanidad del tubo de la alimentación porque si ellos comieran a lo mejor peligraban la riqueza, los monopolios, la avaricia insaciable de unos cuantos. A nadie le importa el pobre sin derecho al pan bueno de la vida.
Para algunos Eluana era sólo un expediente político-religioso que cuestionaba el enfrentamiento del hombre consigo mismo.
Adiós, Eluana. Saluda al viento de parte de todos los que queremos morir, pronto tal vez, con la dignidad vertical de los cipreses.

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