martes, 2 de diciembre de 2008

No sé qué hacer con toda la tristeza,
con toda la ternura acumulada.
Los besos desbordados,
las manos por las ramas
de la ausencia.
Tan lejos, tú,
tan lejos,
como si no existieras.
Como si nunca hubiera
tocado tu palabra,
tu boca, tu risa, tu alma.
Como si no supieran mis manos tu cuerpo
y se me quedara la memoria
olvidada en las esquinas
de tus pechos.
No sé qué hacer con todos los recuerdos
del tiempo de amor,
ahora que el tiempo
me ahoga los pulmones
con enfisemas grises
y tabacos marrones.
Se me ha puesto moreno el corazón
de sangre sin retorno.
Añoro el sobresalto de los latidos broncos
poblándome de flores al respirar el aire
de tu boca cercana.
Añoro los músculos
erectos como lanzas
cuando tú pronunciabas
la vida de los árboles
y fundabas estrellas
y lunas delicadas
y pájaros simétricos
de alas.
Entonces eras tú y yo existía
porque tú me nombrabas
y erigías mi hombría
como un ciprésparalelo a los montes,
más alto que las torres,
más corpulento que el mar.
Ahora me sobra la tristeza,
y la ternura sobra,
y la palabra.

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