miércoles, 8 de octubre de 2008

POBRE BRUTO

Creo que nunca hubiera sido capaz de llegar a ejercer como economista. Tengo la impresión, sólo la impresión y pido perdón por ella, de que se necesita ir apartando cuanto elemento humano se encuentra en el camino hasta llegar al tuétano del número. Y entonces sí, se llega al infinito placer del encuentro supremo, hasta el orgasmo global de la fusión íntima de la existencia propia con la existencia helada de la estadística. Yo hubiera sido incapaz de vivir en ese invierno casi ontológico del economista.

Creo que deberíamos volver a una profunda visión de lo humano. A convertir el antropocentrismo en el eje de la mística y de la poesía. En la contemplación sobrecogedora y creadora del hombre como valor supremo, como vértice de la existencia, como plenitud de nosotros mismos. De lo contrario, corremos el peligro de perdernos en los suburbios malolientes que nos rodean como abrazo de finitud y limitación.

Esta contemplación antropocéntrica está excluida o por lo menos enfrentada a la visión economicista vigente. El valor supremo no es lo humano sino el dinero y las fuentes que lo producen. Se diagrama el hambre por intereses del propio enriquecimiento y las guerras se programan para apropiarse del dominio del petróleo. A los pueblos pobres les “ayudamos” con préstamos blandos y conseguimos enriquecernos con la devolución de los intereses y con las armas que nos compran. Y lo proclamamos con una solidaridad negra colocada en la solapa y exigimos además que se alabe nuestra magnanimidad. Nos hemos identificado tanto con el disfraz que nos ponemos que llegamos a sentirlos como la piel propia.

El Presidente Zapatero hablaba el otro día ante una selecta concurrencia de banqueros y empresarios y les decía con el orgullo propio de quien ha conseguido una meta: La economía ha crecido por encima de lo previsto hasta alcanzar no sé qué tanto por ciento. En consecuencia tenemos un superavit de otro tanto por ciento que nos sitúa entre las primeras economías de los países europeos. Los banqueros y empresarios se miraban entre sí mientras degustaban por adelantado el caviar y las angulas. Y el Presidente subía a su coche blindado de cifras y estadísticas. Acomodó su cuerpo sobre una cantidad importante del dinero sobrante que resulta de restar los ingresos y los gastos.

A España le sobra dinero. Hemos pasado de la achicoria al descafeinado, de la alpargata a Ninna Ricci, de la boina del pastoreo al sombrero de fieltro que tapona las ideas. A España, que diría Alfonso Guerra, no la conoce ni la madre que la parió.

Y el dinero sobrante de este ejercicio económico se acumulará a otro dinero sobrante y así iremos sumando hasta cuándo y para qué.

El veinte por ciento de los españoles viven en una pobreza relativa y un número muy elevado en la pobreza más absoluta. Uno tiene la impresión de que el producto interior se ha quedado entre los empresarios y banqueros y a una parte importante del pueblo le ha tocado sólo la brutalidad. La enseñanza, la investigación, los mileuristas, el chabolismo, las infraestructuras plantean interrogantes. ¿Cómo puede darse un superavit?

Cuando el actual Presidente estaba en la oposición lo dijo claramente: con un gobierno socialista no habría superavit porque siempre existen necesidades urgentes que cubrir. ¿Tenía razón entonces o la tiene ahora?

Señor Presidente: tengo la suerte de no ser economista. Ignoro lo que le enseñó Jordi Sevilla en dos tardes como le prometió en el Congreso de los Diputados. A mí me siguen preocupando los viejos, los niños, las leyes sin presupuesto necesario para su cumplimiento, las escuelas sin niños, los niños sin escuelas, las mujeres con pulseras electrónicas, el hambre que exige el 0,7%. Señor Presidente: me preocupa que lo humano se posponga al dinero. Me obsesiona que el petróleo merezca más aplausos que un ramo de rosas, que la langosta de unos pocos no se contagie de la lombarda de una mayoría, que las opas se despreocupen de la miseria. Me entristece, Señor Presidente, tanto producto interior en detrimento de tanto pobre bruto. Salude al superavit de parte del arroz caldoso de los albergues.

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