lunes, 6 de octubre de 2008

PALABRA DE AMOR

Cada vez que uno intenta hablar sobre terrorismo, debe tener la precaución de hacer una profesión clara y terminante de su postura antiterrorista. No obstante, siempre habrá un Aceves dispuesto a echarte en cara que eres un defensor de etarras, falto de sensibilidad con las víctimas hasta el punto de traicionar a los muertos. Uno se pregunta por qué esta arrogancia de la derecha española en creer que es la única que tiene corazón y capacidad de cariño hacia todos los que se fueron quedando en el camino. Como si a los demás nos hubieran castrado el corazón.

Ahora es la Conferencia Episcopal la que pontifica que a los terroristas se les puede conceder cierta indulgencia, pero nunca mantener con ellos un diálogo. El perdón siempre sitúa al perdonador un escalón más arriba que el perdonado. Es cierto que el asesino y su víctima no están a la misma altura. Pero sería de desear que una visión cristiana, NO POLITICA, nos situara a todos en la cercanía de la comprensión. El cristianismo es el diálogo entre Dios y el hombre. La Palabra se hizo humanidad y plantó su tienda de campaña entre nosotros. Si esto se niega se derrumban todas las columnas que sostienen la fe.

Negar la palabra a alguien es crear un abismo entre ambos. Los humanos no tenemos otro puente que el de la palabra. En esa negación de la palabra radica el terrorismo. Quien cree que el tiro en la nuca es más eficaz que la palabra para la obtención de un fin, tiene que llegar a la necesaria conclusión de que sólo la eliminación física del otro hace posible alcanzar una meta. El terrorismo fusila primero la palabra. Después hará saltar por los aires el corazón de las estrellas.

Cuando la derecha y el episcopado niegan valor a la palabra están proclamando una política inhumana y un cristianismo apóstata. La política es una plaza inmensa, un parlamento al que hay que ir agregando nuevos interlocutores. El cristianismo es una fe profunda en el valor supremo de la palabra como acto de amor ecuménico, acogedor y envolvente. Y todo se desmorona sin ese vinculante respeto a la palabra. Todo se hunde tanto política como cristianamente.

Dar la palabra a alguien: la suprema entrega. Y del vientre de la palabra, de su fecundidad, nace el amor. El amor es la projimidad única, la que hace del otro una creación amorosa y poética.

“Orientaciones morales ante la situación actual de España”, se titula el documento de la Conferencia episcopal. En él se dice lo que hay que hacer, se rechaza la memoria histórica por miedo a levantar recuerdos que a lo mejor sólo ellos, los Obispos, necesitan olvidar. Y sobre todo se niega la necesidad del diálogo con los terroristas. Los Obispos saben mucho de negar derechos y palabra. Derechos y palabra denegados a la mujer, a los sacerdotes casados, a los pobres y desheredados del mundo. Derechos y palabra vetados a la ciencia, al progreso. Hermetismo absoluto al futuro. Derechos y palabra ahogados a homosexuales y lesbianas. Derechos y palabra cercados por cánones que yugulan la expresión del amor siempre inabarcable fuera del las lindes de lo estrictamente regular.

No se le concede capacidad al riesgo, a la apertura, a la creación. Se niega la fraternidad de la palabra porque se niega el acogimiento del prójimo. Se niega la poesía porque en el fondo todos buscamos la indecente seguridad de las pistolas.



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