lunes, 6 de octubre de 2008

OBISPOS Y DEMOCRACIA

Todo dictador secuestra el pensamiento y convierte a los ciudadanos en súbditos. Esa castración mental fue bendecida en España por la Iglesia. El nuevo régimen nacía de una cruzada ganada al mal y la Jerarquía exorcizó la historia. Comenzaba así el amor concubino Iglesia-Estado que ojalá –pensaban ambos componentes- durara para siempre. A Franco lo nombraron canónigo de la Santa Iglesia Romana y le paseaban bajo palio como correspondía a su dignidad católica. En compensación el nuevo estado firmaba un convenio con la Santa Sede para llenar de prerrogativas a la Iglesia española.

La democracia es la gozosa apostasía del pensamiento dictatorial. Los súbditos pasamos a ser ciudadanos. Las leyes dejan de ser opresoras para constituirse en plataformas de libertad. La Constitución del 78 proclamó la separación del poder religioso y el poder civil. La ciudadanía se regirá en adelante por principios emanados de un parlamento que legislará en base a la Constitución y no ateniéndose a los principios morales emanados de la Iglesia. España pasa así a ser un estado no confesional, secular y laico. Esta no-confesionalidad no ha sido llevada a sus últimas consecuencias (¿Qué sucederá cuando se consume?). Los diversos gobiernos han mostrado un exquisito respeto a la Iglesia (mucho más respeto que el propio Franco). Pero cada gobierno se ha sentido con el derecho de promulgar las leyes que ha creído convenientes para conseguir una ampliación de los derechos de todos los ciudadanos.

¿Qué le ha pasado a la Jerarquía de la Iglesia? Sencillamente, que le resulta inconcebible no seguir ejerciendo su dictadura sobre todas las conciencias. No admite un quehacer político que vaya por derroteros distintos a sus directrices . Muchos años de concubinato le llevan a la añoranza de aquella unión que creía indisoluble. Y cuando el poder civil legisla de forma no coincidente con sus criterios, afirma que se legisla contra ella y se refugia en un complejo de persecución que revela mucho más el complejo que la persecución.

Es verdad que se corre el peligro de instalarse en un relativismo del pensamiento. Pero al relativismo no se le puede responder con un dogmatismo hermético que cierra toda posibilidad a la autonomía del pensamiento humano.

A propósito de la manifestación contra el matrimonio de los homosexuales celebrada el 18 de Junio último, declaraba a “El País” una religiosa llamada Ester Rubio: “Es cierto que hay gente que nace con eso y a ellos la Iglesia les invita a que vivan en castidad. Es como quien nace con una enfermedad”. Y Alicia García (madre de familia numerosa) manifestaba a ese mismo periódico: “Es algo antinatural y es de dos tipos: uno que se debe a una enfermedad y otro de los que se dejan llevar por el vicio y el placer” (sic). (El país. 19 de Junio de 2.005) Y la Jerarquía no corrigió ni desmintió semejantes aberraciones porque en el fondo se corresponden con lo manifestado por ciertos Obispos. La democracia, Monseñores, no les da derecho a emitir juicios científica y conscientemente erróneos. La libertad de pensamiento, basado en la pluralidad, no les permite pronunciar o respaldar semejantes disparates. Tienen Ustedes derecho a decir lo que piensan, pero no se extrañen ni consideren ofensivo si la sociedad se muestra indiferente ante tales afirmaciones o contraria a ellas. No se proclamen defensores exclusivos de la verdad porque eso constituye un real atentado contra la Verdad. Podían haber exigido el cumplimiento de los derechos del hombre, la justicia, la libertad, etc. en otros tiempos. Todos lo hubiéramos agradecido. La democracia es un parámetro político y no científico, recuérdenlo. Defender el error a sabiendas de que lo es no pertenece a la praxis democrática ni a la ortodoxia científica. ¿En qué mundo residen? Ni siquiera en el universo del dogma porque nada de lo defendido pertenece al dogma católico.

Ni las guerras, ni el hambre, ni el dolor de la historia han afectado tanto a los Obispos (no confundir con la Iglesia). “Es lo peor que le ha sucedido a la Iglesia en XX siglos de existencia” dijo el portavoz de la Conferencia episcopal. Y lo dijo con una sonrisa que revelaba un profundo cinismo, una supina ignorancia, o ambas cosas a la vez

¿El sexo y el dinero es lo único que pone en pié a un grupo de Obispos? Da pena. Mucha pena. Y hasta un poquito de escalofrío.


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