domingo, 5 de octubre de 2008

MARTIRES

La Jerarquía de la Iglesia española sigue empeñada en hacer bandera de sus mártires. El Arzobispo de Valencia, Mons. Gascó, va a levantar una basílica para honrar a los mártires del 36, los mártires ocasionados por las hordas marxistas. Y se me antoja una actitud miope, cicatera y carente de universalidad, e.d. de catolicismo. Tremenda contradicción la de un acto llevado a cabo por un Obispo católico pero situado al margen del catolicismo.

Una guerra entre hermanos es dolorosa para toda la sociedad que sobrevive a la contienda. Y aquellos que nacimos después necesitamos conocer con la mayor objetividad posible lo acontecido. Y se nos debe formar en el cariño universal a todos porque todos eran antepasados. Con nuestras mismas raíces, nuestra cultura. Eran nuestros poetas enamorados de luna, nuestros agricultores, olivareros altivos, forjadores de hierro artístico, nuestro ayer dolorido, martirizado, fusilado.

Seguir haciendo bandos, incidir en divisiones, es perpetuar una lucha fratricida que nunca debió darse. Deberíamos ser nichos grandes, capaces de dar calor a todos los que se fueron quedando por las aceras del dolor, cargados de brisas frías, helados en las cunetas de la historia.

Por eso duele que vengan los Obispos reivindicando los mártires de su propiedad. Porque en esa reivindicación va incluido el olvido, y digámoslo claramente, el desprecio hacia eso otros mártires laicos, anónimos, enterrados en cualquier sitio, muertos sin derecho a la muerte, sin calor de flores en el recuerdo. Porque si mártires tuvieron los cristianos, mártires tuvo el otro bando. Y mucho tendrían que hablar, si hablar pudieran, de la complicidad de unos Obispos que proclamaron como cruzada lo que era simple y llanamente un golpe de estado. Y cómplices fueron con su silencio, con sus delaciones, con su apoyo a un régimen de terror. Y apoyo fue una Jerarquía identificada con un nacionalcatolicismo prostituido, cohabitando durante cuarenta años con un dictador, añorado treinta años después de su muerte. Ni una palabra de perdón, ni la humilde actitud de arrepentimiento que dignificaría a una Iglesia con frecuencia situada al lado del poderoso, del opresor, de la sinrazón de los dictadores. Iglesia que hace bandera de causas injustas, de muertes inútiles, de sufrimientos que Dios premiará nadie sabe cuando. Iglesia de espaldas al hombre, de rodillas ante el que le otorga privilegios mientras le resta derechos inalienables a una ciudadanía honrada.

26.300 personas han aparecido en fosas comunes en Valencia. Con la vida agujereada, con la existencia chorreando por las cunetas. Esos mártires laicos también deberían ser acogidos por el amor universal de la Jerarquía católica. Porque son muertos de todos y necesitan una memoria caliente para resucitar en el recuerdo dolorido de España.

Resucitar mártires y oponerse a una ley de memoria histórica es instalarse en el orgullo. Es pecar contra el amor universal y el pecado contra el amor es el único que no merece perdón. Es volver a estar de acuerdo con la sentencia que los condenó en su día y reeditar el tiro de gracia que los hundió en el olvido. Es proclamar nuevamente un enfrentamiento entre hermanos. Muertos frente a frente. Sangre frente a sangre. Quien reedita este enfrentamiento proclama nuevamente un bando de guerra. Que sobre su conciencia recaiga la responsabilidad de tanta muerte.

Monseñor: acepto sus mártires como míos. Acepte los míos como suyos. Y caminemos juntos a la búsqueda, siempre humilde, de una luna grande y sin grietas.

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