viernes, 3 de octubre de 2008

LA VIGENCIA DE LA SANGRE

Durante la última legislatura se le ha preguntado reiteradamente al candidato del Partido Popular sobre la situación irakí a la que tanto colaboró el gobierno al que él pertenecía cuando se invadió ilegalmente su territorio. Y la respuesta de Rajoy ha sido siempre la misma: Irak es el pasado y yo sólo pienso y hablo del futuro.

Cada día se suman muertos y más muertos a los cientos de miles habidos en estos cinco años. La sangre derramada tiene una trágica vigencia porque diariamente explota familias, acribilla el amor de esposos, de hijos, de padres. Y esta eclosión de vidas humanas llega hasta hoy y se prolongará hasta no sabemos cuándo. Todos los muertos del mundo son, deben ser, nuestros muertos y más cuando la decisión orgullosamente napoleónica del Presidente Aznar está en la base de tanto dolor. El grupo popular infectó el Parlamento español aplaudiendo la decisión de su liliputiense emperador. Lograron entonces aplastar al pueblo irakí y a la opinión mundial que se oponía a esa guerra.

En consecuencia, el Sr. Rajoy, si quiere aspirar a la presidencia del Estado en el lejano 2.012, no puede esconderse cobardemente en el futuro sin asumir la responsabilidad de un pasado que lo hunde hasta las ingles en el descuartizamiento de un pueblo.

Y a su lado aparece Aznar. En su momento pretendió hacernos creer que Irak tenía armas de destrucción masiva. ¿Lo recuerdan mirando fijamente a las cámaras de Urdaci? ¿Recuerdan su imagen de nuevo rico poniendo los pies sobre la mesa oval? ¿Quién podría olvidar la mafiosa foto de las Azores? Los dueños del mundo hundiendo el mundo porque hay seres humanos a los que les excita la sangre. Desde la radicalidad del cinismo más hiriente, hoy Aznar se atreve a declarar: “La situación en Irak es menos difícil que en el tiempo de Sadam Hussein. La gente puede participar en elecciones, puede hablar libremente, hay libertad en el país, hay posibilidades de establecer una democracia. La seguridad es mejor. No es una situación idílica, pero es muy buena”,

Uno siente vergüenza, mucha vergüenza, de haber tenido como Presidente de su propio país a un hombre de esta calaña. No es la expresión más elegante. Pero tanto asco no da para más.

Uno aborrece desde siempre a los dictadores. Sadam Hussein lo era. De derrumbarlo se trataba. La horca se lo llevó. Pero siguen vivos los dictadores de las Azores que inundaron el mundo de muertos inocentes. Aznar sigue gustosamente empapándose en la sangre irakí, chapoteando sonriente en la propia obscenidad.

El último en percibir el propio hedor es el que lo produce.







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