viernes, 3 de octubre de 2008

LA RESURRECCION DE LOS MUERTOS

A todo el país se le ha llenado los pulmones de esperanza. ETA ha proclamado un alto el fuego permanente y el miedo se ha bajado de las cúpulas buscando cobijo en los sótanos de la ruindad. Cuarenta años de sangre, de dolor, de sinsentido, de vacuidad, se nos llenan ahora de nombres, de amigos, de madres, de hijos, de guerreras y tricornios. Y los que vamos cumpliendo vida y salimos marcados por una dictadura, tenemos la impresión de estar emergiendo del vientre de nuestros muertos para abrirnos a la primavera siempre esperada.

Las víctimas de ese terrorismo absurdo no son sólo los muertos. Son también los que arrastran en sus cuerpos las huellas de la metralla, de la explosión callejera. Pero víctimas en realidad somos todos porque a todos nos crujió el alma en tantas y tantas fechas. Nuestro primer recuerdo para las víctimas, para todas las víctimas.

Diversos colectivos y partidos políticos se han apresurado a exigir que nadie olvide a esas víctimas, y más concretamente a los muertos. Se detecta un miedo al olvido. Pero ese miedo deberíamos perderlo porque esclaviza y porque no debemos salir de una angustia para encerrarnos en otra. Hay que tomar conciencia de que trabajar por el futuro implica necesariamente apoyarnos en el pasado. La historia no es ni ruptura ni repetición. Es creación gozosa. Emprender la paz de los vivos conlleva intrínsecamente resucitar a nuestros muertos porque de sus cenizas nacemos, de su impulso vivimos. El olvido sería paralizante y destructor.

Empezamos a caminar hacia la plaza de la palabra. Las pistolas llenas de claveles. Los claveles llenos de esperanza. La esperanza preñada de futuro. Dispuestos a parir la vida desde los dolores de la muerte.

La resurrección de los muertos es una eclosión gloriosa y universal. Los muertos dejan de ser propiedad privada de cada dolor para convertirse en patrimonio de todos. Este intercambio ilumina la angustia y nos redime del rincón donde llevamos cuarenta años llorando a “nuestros” muertos. Entre ellos y nosotros será más fácil el verdear de las espigas. Con la mirada amplia y fraternal que acoge la universalidad de los muertos, sin exclusiones, sin abandonar a nadie en las cunetas, acunándolos en la nana de una luna nueva.

En estos momentos nos sobran agoreros, analistas siniestros, profetas de angustia y destrucción. Sobran los fundamentalistas de las balcanizaciones, de las rupturas del estado de derecho, de los que sólo ven entreguismo porque fueron incapaces de una auténtica entrega. Que cada uno les ponga nombre y apellidos a estos creadores de angustias, a estos ególatras estériles que nunca han mirado más allá de su propia infecundidad.

Trabajar por la paz de mañana es ineludiblemente resucitar a los muertos de ayer. No hay cabida posible para el olvido. La machacona insistencia en reclamar constantemente su memoria tal vez signifique incapacidad y esterilidad para crear el futuro.

Yo voy a sentarme en las tapias de la alegría a sorprender la madrugada.

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