viernes, 3 de octubre de 2008

LA PALABRA

En un artículo publicado recientemente, he defendido mi profunda convicción de que la corrupción de la palabra supera con creces cualquier otra corrupción a la que están expuestos los políticos y en las cuales es frecuente que caigan con la consiguiente desaprobación de los ciudadanos. Hay que enfrentarse, es verdad, contra la apropiación indebida de bienes que a todos nos afecta y hay que condenarla. Lo que yo defendía en ese artículo es la mayor gravedad de la traición a la palabra dada. El dinero puede en muchas ocasiones ser recuperado. La palabra apuñalada difícilmente vuelve a su vitalidad primitiva. Frecuentemente queda herida para siempre.

En el principio estuvo la palabra. Al fondo del camino espera la palabra. Y en el camino está el diálogo, la eclosión de esa palabra originaria y final. Y la perseverancia en la palabra es el mayor desafío a las pistolas, al hermetismo ideológico y a la endogamia de ciertos políticos.

Los españoles hemos vivido últimamente la arrogancia de un plan por parte de ciertas fuerzas políticas vascas. La oposición al Gobierno desplegó inmediatamente su teoría de que nada había que hablar sobre el tema. Rodríguez Zapatero, por el contrario, creyó necesario entrevistarse con el Presidente Ibarretxe y plantar encima de la mesa una palabra provisional pero vigorosa (cuando la palabra es "definitiva y última" cierra el futuro, clausura la esperanza, cae en tierra y se pudre).

El líder de la oposición se reúne en Moncloa y de la palabra sale un entendimiento totalmente contrapuesto a las negativas anteriores.

Herri Batasuna afirma que es hora de hablar abiertamente, primero entre los propios vacos, y después con todos para alumbrar la concordia entre nacionalista (incluidos los separatistas) y los constitucionalistas. Es verdad que no condena explícitamente la violencia. Pero se arrima a la palabra y tiende una mano aunque no sepamos claramente qué guarda en la otra.

Y finalmente ETA, que aunque tampoco renuncia a las armas (ni siquiera las nombra), dice que es el tiempo de la política.

Y uno se alegra, aunque sin optimismos estúpidos, de que todos, aunque sea poco a poco, nos vayamos instalando en la palabra. Porque ella es el vientre primitivo, anterior incluso al amor, que da calor vital para poder seguir con la difícil tarea del quehacer humano.



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