lunes, 27 de octubre de 2008

EL DERECHO DE LAS ROSAS

Un grupo de actrices ha colgado en los balcones del alma un ramo de rosas. Y le han puesto un nombre: rosas blancas por la paz. Flores limpias, recién cortadas, engalanando el camino que se abrió un veinticuatro de marzo y que día a día vamos construyendo los hombres y mujeres de este país. Con el vértigo que siempre produce el quehacer humano, con la duda en la sangre, con el remordimiento del olvido, con la esperanza de la lucha. Conscientes de la fragilidad del esfuerzo, como si de mimar al viento se tratara.

Hay otros balcones con rosas: rosas blancas por la dignidad. Y uno quiere mantener la unidad del corazón y amarlas a todas, porque el hombre no sabe qué será de su vida si algún día le faltan las rosas.

El Presidente Zapatero tiene rosas blancas: blancas, sin más. Y teñidas de sangre también. Porque se las entregó una diputada del Partido Popular. Parecían rosas apuñaladas, abierto el costado, fusiladas al amanecer. La recibió el Presidente con una sonrisa y pasó toda la sesión parlamentaria pensando en ellas. No escuchó a Rajoy que reivindicaba la memoria de los muertos. Se olvidó de Aceves que chapoteaba en el barro del once de marzo. Ignoró a Zaplana que pedía explicaciones que él nunca supo dar. Pensaba el Presidente en las rosas blancas y en las rosas manchadas de sangre que le había entregado una diputada del Partido Popular.

Subió a la tribuna y pidió el consenso de todos los partidos para votar el derecho de las rosas. Hay que exigir a la O.N.U. que proclame con urgencia la alianza de las rosas. Tendrán libertad para elegir democráticamente el color que prefieran. Están en su derecho. Pero a todas se les exige que guarden en su vientre la paz y la dignidad. Sin contraponerlas. ¿Cómo se pueden enfrentar paz y dignidad? ¿Y por qué hay que identificar dignidad con sangre? Tal vez porque alguien ignora qué es la paz, qué es la dignidad y qué son las rosas. O tal vez porque alguien se empeña en decapitar una flor y aprovechar su sangre para decorar la vida.

La paz o es digna o no es paz. La dignidad encierra la paz o no es dignidad. Manchar con sangre el camino es apostar por cegarlo, es fabricar trombos en el aire. Y la sangre duele cuando estamos empeñados en proclamar el derecho de las rosas.

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