sábado, 6 de septiembre de 2008

LA HISTORIA SOY YO

La egolatría es el onanismo de los impotentes. El ser comienza y termina sobre sí mismo en una reflexión estéril. Sin proyección creadora, sin expansión humanizante, sin referencias temporales, históricas y mundanas. El ególatra enrosca la historia sobre sí mismo como un girasol oligospérmico.

En un momento de bonanza económica del mundo, le preguntaron a Aznar cuál era el milagro del crecimiento español. “El milagro soy yo”, respondió. Mineros de pena negra, olivareros altivos, albañiles equilibristas de la muerte. Nadie arrimó el hombro, nadie supo hacer posible lo imposible. Sólo Aznar, en el vértice de sí mismo, fue el milagro. De espaldas al entorno, en profunda adoración de sí mismo como existencia únicamente válida, él.

Confundir ciencia infusa con ignorancia supina es otro de los elementos constitutivos de la egolatría. Hace poco, refiriéndose al mundo árabe, lo presentó exclusivamente como una traba histórica. Durante ocho siglos nos aportó sólo el lastre de que es capaz un fanatismo cerrado, hermético, contribuyendo a una historia española endogámica. Los árabes carecían de elementos enriquecedores. Sus conocimientos médicos, arquitectónicos, literarios, culinarios, su influencia en la lengua y las costumbres, son algo inexistente y desechable para Aznar desde su ignorancia supina, incapaz de reconocer la verdad de la historia, que desprecia a partir de su ciencia infusa la aportación cultural de otras civilizaciones. “El estado soy yo”, proclamó enfebrecido Luis XIV. España entera debe permanecer adorando el milagro que es y será Aznar por los siglos de los siglos.

Pero ser el milagro se le ha quedado pequeño a este megalómano de tacones altos permanentemente empinado sobre su propia tapia. El Pelayo-Fernando-Isabel-Carlos V-Felipe II-Jesús de Nazaret de todos los tiempos reclama la propiedad de la historia. Abriéndose paso entre científicos, inventores, artistas, literatos, pintores, madres sangrando futuro creador, padres musculando provenir de estrellas, aparece él. Foto sublime para enmarcar en una custodia de Arfe, para que dos siglos se postren ante ella. Foto de las Azores. Aunque chorree sangre. Aunque a la humanidad le escueza la vida derramada. Nada puede ensombrecer la hermosa anatomía de las islas. Porque ahí están ellos, él sobre todo, pariendo la historia más importante de los últimos doscientos años.

Uno a veces siente la vergüenza de ser hombre, el escalofrío de intentarlo desde las avenidas abiertas de la libertad compartida, del amor sembrado, de la cosecha generosamente entregada a los que vienen pidiendo pan y alegría. Uno a veces siente la alegría de heridas recordadas, de oscuros toros dictadores, de sables afilados, de proyectos de espigas abrochadas con sudores rurales. Uno a veces siente la honradez de haber vivido, simplemente vivido, cuando en la cama de un hospital se despeñan pulmones de enfisema.

Y de golpe alguien te dice desde el egoísta placer del onanista que él es la historia. Voy a llorar la impotencia de tanto girasol oligospérmico.








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