viernes, 26 de septiembre de 2008

GUANTANAMO AZUL

A la muerte le gustan las almohadas. Se coloca una junto a otra, paralelas al dolor, a la angustia, al abandono vital. Vuelves la cabeza y te encuentras con una muerte hisquémica, una muerte cerebral, una muerte cardiorespiratoria. Y cuando se entrelazan entre ellas, masticas un espeso vacío de ti mismo, palpas la sombra de la vida y ya todo es distante, infinitamente distante, aunque no se sepa de qué ni de quién. La muerte coloca al hombre en la lejanía de sí mismo.
Hasta ese día todo era un espléndido asombro: asombro de estar enamorado, de archivar rosas en la memoria, de coleccionar pájaros en la sangre. Asombro de dolor crecido, de pena acostumbrada, de angustia mecida, irremediablemente mecida. Y hasta ahí la vida.
De golpe, la cercanía de la muerte te prohibe un derecho que creías intocable. Y otro. Y otro. Y dejas de apretar la mano de tu hijo. Y abandonas el beso de la mujer que siempre ha estado a tu lado. Y olvidas el rostro de los geranios. La muerte te coloca brutalmente en su absurdo GUANTANAMO NEGRO. Una sábana basta. Un metro y medio de tierra que va sobrando poco a poco porque los muertos adelgazan. Y una fecha.
A lo mejor entonces, colgados de una estrella, los muertos adquieren la resurrección de la sonrisa. Y pueden mirar a la riqueza sin bajar los ojos, y a los dictadores sin doblar la espalda y discutirle las fronteras a los dueños de la tierra. A lo mejor los muertos, sólo los muertos, tienen la soberanía de no tener nada, de no añorar nada. A lo mejor los muertos, sólo los muertos, prefieren el amor a la posesión, la entrega a la exigencia, la palabra a la eficacia. A lo mejor la muerte es la suprema elegancia de la vida.
Pero llegará una brisa nueva. Las flores convocarán un mitin. Se convertirá el aire en asamblea. La primavera en redención anunciada. No triunfará la crucifixión indefinida de las estrellas. La esperanza transformará los ejes negros en músculos transparentes y el hombre se alimentará para siempre de luz resucitada.
Nos quedará entonces la palabra como donación propia, como recepción del otro. La fraternidad será un estilo y nos citaremos, de pié sobre la vida, en la plaza envolvente de un GUANTANAMO AZUL.

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