jueves, 25 de septiembre de 2008

ENERO

A Mary, mi compañera, mujer, que ayer fue espera,
que hoy es única esperanza




He visto amanecer muchos eneros. Eneros de hambre negra. Reyes magos con capas de delantales cocineros. Eneros de pantalones cortos y pelotas de trapo.

Eneros adolescentes, soñando niñas con trenzas y calcetines de colegialas. Besos degollados por Herodes de mitras pontificales que perseguían el amor porque el amor podía salvar el mundo, y la salvación en realidad no interesaba a nadie.

Eneros de hombro apretado, sacudiéndose botas dictadoras, reclamando la legitimidad de la palabra, del quehacer, del pensamiento.

Eneros de libertad recién conseguida, calientes de tromboflebitis, de coágulos de cuarenta años, de noviembres entubados para que España respirara por fin estrellas puras.

Eneros de besos abiertos como rosas de artesanía. Caricias regaladas con el aire por testigo, con el mar por testigo, con la esquina por testigo. Sin tricornios que incautaran el cariño que tomaba café en la rosaleda.

Eneros con el primer hijo nacido bajo un proyecto mutable, porque sólo lo mutable es bello, porque sólo existe lo imposible, porque crea futuro y hace del pasado una estría en los vientres de la luna.

Eneros de oscuros enfisemas, de humos marrones, desorientados en los bosques pulmonares, equivocando los caminos ortodoxos de la vida. Eneros hospitalarios:


“Se muere fácilmente si el aire se entretiene
en las puertas del alma a coger mariposas”

Eneros con ella, siempre cercana, que me ofreció su tienda de campaña y todavía está ahí, habitando los adentros, haciendo pan de la carne, de las venas caminos luminosos. La misma de las fresas de Huelva, de Sierpes y Trajano, de Lorca y Neruda. Ella que supo ser espera y hoy es única esperanza.

Quiero Eneros sin marzos, sin julios, sin setiembres que tienen muertos en su memoria. Sin invasiones, sin bombas de racimos, sin guantánamos, sin muchachas abiertas, fecundadas tan sólo de metralla. Sin niños abrazados a una maternidad perdida, a una inocencia perdida, a una esperanza perdida. Perdido todo: el ayer, el hoy, el mañana. Niños sin tiempo que están sin existir.

Quiero Eneros fértiles, erectos, seminales de estrellas y de rosas. De mañanas azules y tardes marítimas. De trigales acunando los cuerpos revolcados, mientras siembran de besos la cintura del río.

Quiero Eneros cubiertos de caminos, de razas ecuménicas, de mariposas laicas, de magnolias agnósticas, de girasoles ateos.

Quiero morirme un viernes por la tarde, con un tiro de luz entre las sienes, para proclamar su existencia innombrada y hacerla epifanía. Quiero, por fin, dormirme entre sus manos y despertar otro enero si es que el mundo aún existe.

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