jueves, 25 de septiembre de 2008

EL REY Y LA PALABRA

Lo dijo el Rey: “Había que intentarlo”. Uniforme de Capitán General. Dirección de la Guardia Civil. Y brotaron los exegetas constitucionales. Respetuosos la mayoría. Mastines otros con el silencio cómplice –siempre el silencio- de los Obispos. A lo mejor es que la figura de la monarquía no está clara o no encaja en una democracia y resulta ajena a un sistema participativo como el nuestro. Pero no quisiera entrar en este tipo de discusiones.

Una cosa deberíamos tener clara: el Rey dio relieve a la palabra, como valor intrínseco, como elemento constitutivo de nuestro quehacer político. Dicho de otra forma: sin la palabra un sistema democrático no tiene sentido. Y esto sí que tiene capital importancia.

Frente al terrorismo y contra él colocan algunos el estado de derecho. Y con razón. Pero del estado de derecho no puede excluirse la palabra, sopena de mutilarlo y reducirlo a la nada. Debemos contar con la acción policial, la judicial, la penal. Pero con sólo estos elementos estamos renunciando a la infinita riqueza de la palabra, del diálogo. El franquismo luchó contra el terrorismo con esas solas armas y fracasó. Llegó incluso a la ejecución de la pena de muerte y puso así de relieve su propia fragilidad argumental reforzando indirectamente la vigencia de las pistolas. Si el terrorismo desea liquidar el estado de derecho, lo consigue cada vez que los demócratas nos empeñamos en exiliar la palabra y dejarlo reducido al puro músculo. Todos los gobiernos han acometido esta labor, aunque algunos se avergüencen ahora de haberlo hecho y nieguen una realidad, que debidamente asumida, los dignificaría.

Cuando se dialoga no se pone en peligro la democracia, ni se rinde el estado de derecho, ni se cede a ningún tipo de chantaje. Muy al contrario, se robustece la democracia porque la palabra es el alimento del que se nutre. El estado de derecho nace de la palabra y sin ella se convierte en fuerza bruta equivalente a la empleada por los terroristas. Fuerza contra fuerza, muerte contra muerte, terminamos igualándonos. Sólo la palabra nos sitúa en el terreno del derecho y de la razón.

Nos cuesta, después de una larga costumbre de silencio dictatorial, acomodarnos a la frágil postura de la palabra. Es difícil decirle a nuestros muertos que en su honor y por cariño hacia ellos vamos a poner la palabra frente a las balas. Pero ellos, estoy seguro, lo entenderán. Ojalá lo asumieran muchos de los que están vivos.

El Rey entendió el valor de la palabra: “Había que intentarlo”

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