jueves, 25 de septiembre de 2008

EL PAPA Y EUROPA

Europa ha celebrado el cincuenta aniversario de su nacimiento. Y el Papa se ha sentido en la obligación de reclamar lo que desde siempre viene siendo una reivindicación de la Iglesia. Europa, viene a decir Benedicto XVI, debe reconocer sus raíces cristianas y promover unos valores que están en su origen y la sustentan como tal si no quiere apostatar de sí misma. Lo que proclama el Cardenal Cañizares para España (España o es cristiana o será otra cosa pero no España) debe aplicarse, según esta visión, a Europa. El enunciado es respetuosamente hablando muy discutible rayando en lo inadmisible- La Unión Europea ha tenido una evolución que no ha sido acompañada por una evolución de la Iglesia. Y como consecuencia, hay valores reconocidos por la sociedad civil que no sólo no han sido asumidos por la Jerarquía, sino que son sistemáticamente anatematizados por ella. Tal es el valor de la mujer en cuanto mujer, la dignidad del amor homosexual, la eutanasia, la investigación científica en el campo de la biogenética con fines curativos, la independencia de la sociedad civil frente a la sociedad religiosa, el diálogo intercultural, el respeto por las raíces de cada pueblo que no deben ser sustituidas por esquemas occidentales, el ecumenismo sostenido desde la igualdad de una búsqueda sin complejos de primacías ni superioridad, la desaparición de las cúpulas jerárquicas para dar pasos hacia una democratización como responsabilidad comunitaria, etc.

Europa no puede aceptar hoy gran parte de los esquemas en los que se mueve la Iglesia católica. Los cristianos de base quieren, y evangélicamente tienen derecho a reclamar, una participación en las decisiones de su Iglesia sin que una imposición vertebrada desde arriba limite ni impida esa participación. Una jerarquía férrea que administra la verdad que debe ser sin más aceptada por las bases no se compagina hoy con la responsabilidad humana como vocación solidaria en la búsqueda de nuevos valores humanos y evangélicos.

Hoy nadie se atreve a relegar a la mujer al papel de simple compañera del hombre erigido como rey de la creación. La visión de la Iglesia la reduce prácticamente al ostracismo, y no sólo no la admite al sacerdocio o a puestos relevantes, sino que en el fondo sigue siendo la causa de perdición del varón.

La investigación científica debe realizarse dentro de una apertura ética, pero sin prejuicios herméticos que limiten de antemano su campo de acción. La Iglesia por el contrario pretende cegar esos campos y se empaña en obturar horizontes de esperanza.

Reclama la Jerarquía un papel determinante en las orientaciones legislativas de la sociedad civil de manera que nada escape a su control y nada se extralimite de los designios de bondad y veracidad que el mismo Dios le dicta. La imposición de unas reglas de conducta que en nada respetan las opciones personales de cada cual no son fácilmente admisibles en la sociedad actual. La preeminencia del derecho canónico sobre las bienaventuranzas es inaceptable para el cristiano de hoy. El laicismo no debiera ser interpretado como una postura beligerante sino como un valor autónomo y enriquecedor del ser humano.

Cuando el Papa pide que Europa reconozca la validez de los principios cristianos, ¿denuncia el sistema puramente económico por el que se rige Europa? ¿Condena valientemente que la Unión europea sea concebida más como proyecto capitalista que como unidad humana? ¿Se admite a nuevos socios por la clientela potencial que encierran a como respuesta a una necesidad de esos países? ¿Se insta a Europa a que sea prójima solidaria de los países pobres que necesitan emigrar a nuestro mundo para sacudirse el hambre, la miseria, la opresión de regímenes políticos totalitarios? ¿Se interpela a Europa cuando trata de mirar hacia otro lado si el amigo americano invade un territorio, provoca una masacre, eterniza rivalidades y se desentiende de urgentes inversiones en los países del tercer mundo? ¿Es realmente una unidad europea o un inmenso mercado común?

¿A qué Europa quiere iluminar la Iglesia? ¿No subyace más bien una complicidad en los planteamientos? ¿Pretende ser una voz profética o se acomoda a posturas de inercia que vienen explotando al hombre desde siempre? ¿Está dispuesta a ser una conciencia crítica o acomoda su postura a las coordenadas del dinero?

Cuántas interrogantes siempre abiertas. Que nadie, ni la Iglesia, pretenda cerrarlas. Nos ahogaríamos sin horizontes hacia los que caminar como huérfanos de tierras prometidas.


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