jueves, 25 de septiembre de 2008

EL HOMBRO DE RAJOY

Han hecho de la muerte una costumbre. ETA dispara para suprimir la vida y la muerte. Al cuerpo desplomado se le ha expropiado también el derecho inalienable que todos tenemos a morir nuestra propia muerte. Vida y muerte arrebatada con un solo disparo. Sin nada se queda el hombre cuando alguien le procura ese vacío total. Es el hueco vacío del más absoluto hueco. La nada delegada de la existencia.

Frente a esa oquedad, los hombres y mujeres. Todos. Por fin todos. Zapatero-Rajoy. Rubalcaba-Zaplana. Fernández de la Vega-Acebes. Hombros unidos para llevar el féretro caliente de un muchacho. Para aguantar el charol de un tricornio y una condecoración que la madre colgará en los balcones de su alma.

Junto al Gobierno. “Como siempre hemos estado”, ha dicho Rajoy. “Como siempre hemos estado”, ha dicho Acebes. Ni siquiera Alcaraz ha culpado a Zapatero de ser el embajador de ETA. Ni Mayor Oreja ha proclamado que el proyecto de ETA y Zapatero son una misma cosa. Ni María San Gil, ni Isabel San Sebastián, ni Miguel Angel Rodríguez, ese subproducto marginal de la política. Todos disputándose el féretro con incrustaciones de charol. Todos en fila para colgar la condecoración en los balcones del alma de una madre irredenta.

Pero no siempre fue así. El Paseo del Prado lo atestigua. Castellana elegante de museos. Puerta del Sol florecida de uvas y año nuevo. Está archivado el aire con gritos contra un gobierno honesto, contra un Presidente cómplice de muertes anteriores, contra la venta a ETA de Navarra. Manifestaciones de Rajoys, Aguirres, Gallardones, propietarios absolutos de las banderas de todos, usurpadores del dolor de todos, administradores únicos del llanto de todos.

ETA estaba tranquila en los miradores lujosos de Serrano. No iban contra ellos. ETA estaba excluida del odio de Alcaraz. Ellos no eran culpables. Los empujaba un gobierno arrodillado, los alimentaba el proyecto común con Zapatero, con las fuerzas de seguridad, con la justicia. Las detenciones eran una farsa. Todo estaba pactado. Gritaban contra la traición de un Presidente valiente. Contra una sociedad que arañaba la pena para encontrar la paz.

Ahora nos hemos enterado que todos están donde siempre estuvieron. Que fueron otros los que nos arrojaron a la cara la sangre de los muertos. Que fueron otros los que nos pintaron la fachada del corazón con el bendito nombre de Miguel Angel Blanco, Ortega Lara o la niña Irene.

Ojalá alguien me borre la memoria. Pido confianza suficiente para apoyar mi pena en el hombro converso de Rajoy.

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