jueves, 25 de septiembre de 2008

EL DIOS CAMPEADOR

La conciencia es el reducto donde el hombre se erige en sí mismo. Y a esa íntima plaza, donde lo humano se hace uno, único, irrepetible e histórico, le está vedada la entrada a todo el que es ajeno a la unipersonalidad propia.

Todos los dictadores tratan de llegar hasta esa interioridad para que nada auténticamente humano se escape a su dominio. Pero históricamente han sido las religiones quienes se han creído en el derecho de sojuzgarla, hasta el punto de sentirse con el privilegio de dictar su orientación en todos los sentidos. A la conciencia van dirigidas las leyes que deben ser cumplidas para armonizar la propia conducta a las exigencias de los dioses y adecuar incluso los pensamientos a las normas divinas. Y si el individuo no es consecuente con esa legislación divina debidamente interiorizada, será maldito en esta vida y arderá para siempre en el fuego eterno. Por eso los dictadores son tales y las religiones no son democráticas.

En contraste, las democracias deben practicar como norma primera y fundamental el respeto a cada conciencia porque ella encarna la individualidad engendradora del ser y la autocreación intransferible del hombre.

Los Obispos españoles nos han dicho claramente a quién debemos votar porque el programa de ese partido político se adecua mejor a las directrices de la Iglesia. Aunque ese partido tampoco esté dispuesto a derogar leyes establecidas por gobiernos anteriores, como el aborto o la unión homosexual.

El Obispo de Sigüenza acaba de amenazar a los españoles con consecuencias insospechadas si no seguimos las directrices de la Jerarquía: “La agitación de la cuestión religiosa por parte del poder suele traer fatales consecuencias para la seguridad, incluso para la integridad física de personas y bienes, para el equilibrio de una sociedad y para la paz. Y el desprestigio de las autoridades religiosas suele repercutir en el desprestigio de la autoridad en general". Y el Cardenal Cañizares, Pelayo reconquistador donde los haya, advierte que España dejará de serlo si se desprende de su fundamento cristiano.

Esta postura episcopal no es otra cosa que una intromisión en las conciencias. Ponerle sitio a ese reducto íntimo y personal del individuo responde a una actitud totalitaria y dictatorial. La Jerarquía sigue la inercia de haber dictado labondad y maldad de las conductas durante cuarenta años. Y si los Obispos fueran capaces de ejercitar la más mínima autocrítica llegarían a la conclusión de que están obligados a pedir perdón por haber ejercido una dictadura de báculos mientras un generalísimo ejercía una dictadura de pistolas.

Estamos en democracia. Y la conciencia es la plaza donde el hombre convive amorosamente consigo mismo.

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