jueves, 25 de septiembre de 2008

DIOS AL HABLA

“Dios me ordenó invadir Irak”, ha declarado el jefe del imperio. En su nombre, y por orden suya, el mundo se llena de miles de cadáveres, la tierra chorrea sangre y crece el odio como un árbol de flores negras. Bush, Blair y Aznar: la blasfema trinidad que se resuelve en un solo dios guerrillero. No hubieran hecho falta las armas de destrucción masiva ni la implicación de Sadam en los atentados de las torres gemelas. La descarada falsedad de ambas afirmaciones no debía atenuar la urgencia de una invasión. Pero hasta Dios pensó que era buena una coartada para no avergonzarse frente a los que construyen una paz siempre provisional, dolorosa y quebradiza. Caminó entre los elegidos por los verdes caminos de las Azores y los envió como arcángeles del paraíso para destruir el eje del mal y decretar la paz duradera. Dios, ya no cabe duda, es de derechas, por tradición histórica y por decisión contemporánea. El elige a los salvadores del mundo.

Ben Laden envía a sus súbditos a destruir las torres gemelas, los trenes madrileños y al metro de Londres. Pero el ideólogo de tanta sangría es Alá. También en este caso Dios necesita coartadas porque al dolor siempre debemos asignarle una espalda que lo soporte y un rostro que lo humanice. El elige al salvador de los valores islamistas.

Una notable representación de los Obispos del mundo se reúnen en Roma para asesorar al Papa sobre los problemas del mundo y tras largas discusiones dirigidas por Dios llegan a conclusiones que ya figuraban bajo las lujosas estolas de los congregados: lo importante es volver al latín, proclamar la necesidad del celibato clerical y negar la comunión a los que han contraído matrimonio tras una separación conyugal. Del rostro afable de Benedicto XVI emerge el Ratzinger tronante entre cuyas manos alzadas se le adivinan unas tablas marmóreas. El Papa y los Obispos no pueden cambiar su mensaje porque esa es la palabra de Dios. Ni el hambre del mundo, ni la carne chorreada pos las paredes de las guerras, ni la pandemia del sida, ni la opresión del capital sobre el obrero, ni la dignidad de la mujer maltratada por su visión machista de la historia, ni que Bush o Ben Laden manoseen (en el sentido más prostituído de la palabra) a Dios como el último responsable de la náusea. Dios está preocupado por el latín y elige al Papa y a los Obispos para salvar la lengua de los césares romanos.

Al hombre humilde, buscador en el desierto, con su pena al hombro, con sus preguntas, con sus respuestas provisionales convertidas en nuevas preguntas, con sus atardeceres opacos, con sus amaneceres esporádicos, sólo le queda un cansancio laico, prometéico, inútil como la pasión sartriana. A lo mejor quedan rosas independientes, ateas, no redentoras de nada ni de nadie.

Me he puesto triste, fatigado. Pero es que hasta Dios es derechas, neocon y románico.


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