jueves, 25 de septiembre de 2008

DESENCUENTRO

Diez de la mañana. Rajoy entra en el Palacio de la Moncloa pisando viejas vicepresidencias. Recuerda alfombras tupidas con huellas de presidente Aznar. Zaplana portavoz. Acebes, ministro artesano de mochilas asesinas. Con bombas etarras, necesariamente etarras, urgentemente etarras. Justificaban mejor la sangre de Atocha, la muerte desparramada de Atocha, el dolor metálico de Atocha. A su lado Zapatero, Presidente hoy, sobre dolor de Atocha, sobre sangre de Atocha, sobre muerte de Atocha. Lo votaron los muertos de aquel once de Marzo. Presidente hoy. Las alfombras tupidas con añoranzas de zapatos italianos de Aznar, de Acebes y Zaplana. Los muertos cambian la historia. El hoy es el hoy y el ayer es la pena, la oscura pena islamista, etarra sobre todo, por conveniencias del guión, sin contagios de Irak, sin Buhs por las cercanías.


No hubo encuentro. Zapatero y Rajoy son hombres paralelos. La geometría es también válida para la política. Rajoy necesita distancias, diferencias palpables que no permitan una identificación sacrílega con quien está empeñado en la palabra, en el diálogo. No hay nada que hablar con ETA porque es una organización terrorista. En el 98 no se habló con ETA, sino con un ejército de liberación. La izquierda no sabe distinguir y lo confunde todo. ETA está muy debilitada y a los débiles no se les concede ni el derecho a la palabra. Otra cosa es hablar desde la propia fortaleza con la fortaleza de un ejército de liberación. Eso fue lo que hizo Aznar Primero el Fuerte.

“ETA no mata porque no quiere”, dicen Rajoy y Acebes y Zaplana. Evidentemente. Y ahí está la raíz de toda posibilidad: en la voluntad de no matar, en que tal vez haya comprendido la inutilidad del dolor. “Hay que terminar con ETA”, grita el Partido Popular. ¿A tiros, Sr. Rajoy? Con la palabra, dice Zapatero. Ahí está el paralelismo geométrico que impide el encuentro: creer en la palabra. Esta adhesión a la palabra es la que crea el espacio que divide a Rajoy de Zapatero. No pueden encontrarse. Las alfombras de la Moncloa conducen a habitaciones diferentes.

El proceso de paz no puede llevarse a cabo con la ausencia del Partido Popular, dicen los politólogos de este país. Pero hay que asumir que en estos momentos el último responsable de ese diálogo es el Gobierno, y su Presidente no puede abdicar del más noble de los empeños por el hecho de que la oposición apostate de la palabra. Acabar con la violencia es una aspiración común. Zapatero tiene el derecho que le otorga el Parlamento a elegir el método, marcar los tiempos y fijar los objetivos. Por el contrario el Parlamento no ha otorgado al Partido Popular ningún derecho ajeno al que se ha marcado a sí mismo. ¿Qué legitimidad tiene el PP. para no plegarse a la voluntad mayoritaria?

Necesitamos vivir en paz, tratarnos con la paz. Una paz donde descansen nuestros muertos, todos los muertos. Hay que taponar tanta femoral irredenta. Vamos a encargarnos de la paz. Una paz limpia como la nieve que cubre el magnolio del jardín.






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