jueves, 25 de septiembre de 2008

CORRUPCION DE LA PALABRA

La corrupción es una consecuencia de la finitud. Actúa como una vocación, como una ley de gravedad a la que no nos podemos sustraer. La juventud tal vez sea la corrupción de la niñez, la madurez de la juventud, la vejez de la madurez y así hasta la suprema corrupción de la muerte. Y se nos mueren y se nos corrompen las rosas, las alhambras, las novias, el mar. Y hasta Carmina tiene ya los muslos de cenizas.
Pero hablamos frecuentemente de otro tipo de corrupción re--
firiéndonos, de forma restrictiva, a la económica. Un político es corrupto si se sospecha o demuestra que es un ladrón. En la democracia TAMBIEN hay corrupción. Y cuando decimos TAMBIEN estamos distinguiendo la democracia de la dictadura porque ésta es un sistema de por sí perverso.
Tenemos ejemplos de políticos ladrones y de ladrones no políticos. Desde el usurero de corbata hasta el tironero, pasando por la dirección general de no sé qué ministerio. Más aún: parece que admitimos de antemano que todo político inevitablemente roba. Y esto es absolutamente falso. La existencia comprobada de unos cuantos no faculta a la generalización absoluta.
Pero deberíamos sublevarnos especialmente contra la corrupción de la palabra. Cuando hablo me EX - PONGO. Coloco fuera mi interioridad para que el otro la contemple, la valore y acoja. Hago de la palabra mi entrega y donación, para que alguien me acepte tal y como me muestro. Soy un misterio para mí mismo. Pero hasta donde me sé te digo y hasta donde me poseo te entrego. Ante tí, con la suprema desnudez de la inocencia, para que me recibas en tu interior y la palabra entregada sea acogimiento. La palabra es sinceridad en cuanto es creación. En el principio era la palabra que fundó el mundo y aúpa todavía las estrellas.
Pero alguien obliga a la palabra a hacer la calle. La coloca en una esquina, falsa de falda y escote transparente. Se trata de ganar una clientela tan prostituida como ella. Carne de palabra barata, propiedad de chulo proxeneta que ofrece petróleo a precio de sangre, beneficios a cambio de cadáveres, economía por destrucción. Políticos que proclaman que nos matan si no matamos primero, que nuestra cultura está amenazada por la barbarie de otras culturas, que los valores del occidente cristiano pueden desaparecer aplastados por otros venidos de fuera, que la cruz está por encima de la espada, que las catedrales no pueden subsistir con las mezquitas. Políticos separadores, divisores, creadores de fronteras humanas y culturales. Políticos que nunca integran, porque la integración es entendimiento, reparto, solidaridad, cercanía y abrazo.
Este es el político realmente corrupto: el que agrede a la palabra, vaciándola del contenido sustentador de lo humano. El dinero robado se devuelve. La palabra prostituida no tiene substitución. Cada palabra es ella y nada más, como cada amor es único e irrepetible. El ladrón es recuperable. El destructor de la palabra no admite reinserción: huele para siempre. Sé qué hacer con un ladrón. Pero no sé qué hacer con el que fusila la palabra.




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