miércoles, 10 de septiembre de 2008

CENTRO

A Julio de la Torre, mi viejo profesor.



“La virtud está en el centro” La frase la pronunció un compañero de bachillerato con el orgullo de quien pasea la luna en la solapa. El viejo profesor, siempre cercano, reaccionó con rapidez: esa es la excusa de los nunca comprometidos con nada ni con nadie, la definición más exacta de la mediocridad, la justificación de la cobardía más abyecta. La virtud está en la cercanía luchadora con el otro, en la projimidad absoluta, en plaza donde se reúnen los que quieren transformar el mundo. La conciencia franquista dominante en el momento llevó al compañero a pronunciar otra sentencia tajante: “Todos sabemos que D. Julio ha sido siempre un comunista”

Uno ya tiene canas en la sangre. Y a veces recuerda, sin vivir de los recuerdos. Sin idolatrías por un ayer duro, castrante, opresor y liberticida. Pero al fin y al cabo el ayer de muchos de nosotros. Y escucha por todas partes las alabanzas del CENTRO. El socialismo quiere ser CENTRO-IZQUIERDA. Los populares, CENTRO-DERECHA. Ser extremista es una ofensa que se escupe en la cara del adversario político. El radicalismo, es decir, situarse en las raíces de un problema, es una ubicación peligrosa en un mundo lleno de eufemismos donde a los viejos se les llama tercera edad, a los muertos efectos colaterales y hasta las bombas que producen la muerte son fuego amigo. La guerra de Irak no es una guerra. Es la ayuda del mundo generoso para que el pueblo se libere de un dictador y experimente la alegría de la democracia. Porque llamamos democracia a la guerra por el petróleo, y al afán de dominio territorial, y a la expansión salvaje de la economía. Los miles de muertos son el precio que hay que pagar (sintomático el término mercantilista) para que nuestros hijos vivan la plenitud de la libertad.

Y son pocos los hombres que tienen la osadía de enfrentarse a estas posturas perversas. Y estos pocos son tachados de extremistas. Y los partidos políticos, en su afán de permanecer en el centro, eluden oponerse a los injustos programas de expansión de los países dominantes. Hay que estar a bien con el imperio. Y cuando, como en el caso del gobierno español, se ha tenido la actitud limpia de discrepar, se anda buscando vergonzantemente la ocasión para estrechar la mano del todopoderoso en un reunión que nos libere del remordimiento de haber sido valientes.

¿Dónde militará aquel compañero de bachillerato? ¿Guardará en su corazón la réplica del viejo profesor? Murió de pié, como un río valiente. Hizo de su muerte el extremo de la vida. Fue un radical metafísico, ontológico. Lo he recordado hoy, cuando mi propia luz es peligrosamente cenital.

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