lunes, 8 de septiembre de 2008

ALCARAZ, SOLO ALCARAZ

Alcaraz ha optado por la vida parasitaria. Y ha llegado a tal punto de mimetización, que se ha creído y ha hecho creer a la asociación de víctimas del terrorismo que forman una sola e hipostasiada existencia. Lo que de él se dice, argumenta falsamente, se dice necesariamente de las víctimas y si se le sienta en el banquillo de los acusados son las propias víctimas las vergonzosamente juzgadas.

Es cómoda esta forma de vivir. Pero es ante todo cobarde. Las víctimas merecen cariño, respeto, dignidad, justicia, agradecimiento y muchas cosas más. Merecen ser acunadas en el corazón de todos y cada uno de nosotros. Ellas son nuestra propia sangre derramada, nuestra carne fusilada, nuestra existencia tronchada. Ellas, las víctimas. Todos somos las víctimas. Pero no todos somos Alcaraz como se proclamaba en la última manifestación convocada contra el gobierno, que no contra ETA.

Alguien le inyectó a este mayorista del dolor la conciencia de impunidad si se refugiaba en los sótanos de la pena. Hasta allí nadie debería bajar sin sentirse violador del desgarro de las víctimas. Y desde ese refugio podría ejercer el cínico ejercicio de la calumnia. Rajoy, Acebes, Zaplana le nombraron vicario plenipotenciario de la injuria, la antidemocracia, la infamia. Se sintió embajador en un terreno intocable y empezó a ejercer de “cómodo utilitario” Anduvo codo con codo con los prebostes de la derecha, admitió la camaradería de la ultraderecha, se envolvió en las multitudes y se paseó por la Castellanas los sábados por la tarde con la gloria en la solapa.

En la última epifanía le falló Rajoy, ausente en mítines virtuales. No estuvo Aznar, que tenía que advertir al mundo de las calamidades que se avecinan. No estaba Gallardón que inauguraba esa tarde las avenidas del orgullo.

Alcaraz ante un Juez. Por infamias. Por confundir política con destrucción del otro. Por sembrar oscuros tejeros, añorados tejeros con pistolas de fogueo. Alcaraz en la puerta de la Audiencia, seguro de que Zapatero comparte su alegría con los asesinos, pisoteando a los votantes de un gobierno con legitimidad de urnas. Insultando la inteligencia más primaria.

No todos somos Alcaraz. Casi nadie es Alcaraz. Hasta Rajoy se arrepiente de haberlo sido. Queda Mayor Oreja, añorando placidez franquista, Zaplana-Acebes, creadores de sospechas. Y Aguirre-Botella, sembradoras de minas-anti-Mariano-Alberto. Y Aznar, siempre Aznar, por los montes y los desiertos del rencor y la mentira.

El ser humano, señor Alcaraz, es una infinita soledad. No podemos poblarla ni adherirla a la soledad del otro. Ser humano es tener la valentía de vivirla como una hermosa amante.


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