lunes, 8 de septiembre de 2008

AGAPITO

El 25 de Noviembre se celebró una manifestación del Partido Popular solapada por una asociación de víctimas del terrorismo. Aznar, Ana Botella, Rajoy, Zaplana, Acebes, Aguirre, Gallardón y miles de personas por las calles de Madrid. No se oyeron gritos contra ETA. Sí muchos contra el Gobierno, y en concreto contra el Presidente Zapatero, elegido por un número suficiente de españoles para poder ostentar una legitimidad democrática.

Coincidí una día con el también Presidente Aznar y su esposa en un restaurante. Nos dimos la mano y alguien se extrañó que un hombre de izquierdas como yo saludara a un Presidente de derechas. Me guste o no, respondí, ha sido elegido democráticamente, aunque sin mi voto, y en consecuencia es mi Presidente.

Contrastan las posturas. Pero todo termina entendiéndose. Entrevistaron a Acebes y lo espetó sin temblarle la voz: “Este gentío demuestra que la calle es nuestra” Acebes ha debido heredarla, aún en vida, de su auténtico propietario: Fraga. Recuerdo cuando paseábamos por caminos prestados, pagando el peaje del miedo, al dueño de las aceras de este país. Dolía que los jazmines y los geranios de Sevilla fueran de derechas. Y duele que después de la muerte del dictador hace treinta y un años la calle siga siendo propiedad de Acebes. Algunos guardan en sus cajas fuertes títulos de propiedad del pánico, herencias macabras, dominios inexplicables.

Y como colofón de la manifestación apareció Agapito. Dijo que Zapatero había erigido un estado sobre el cenagal de la sangre de las víctimas de ETA. Y dijo que Zapatero había negociado el voto etarra a cambio de 192 vidas rotas en Atocha el 11 de Marzo. Preguntó insistentemente quién estaba detrás de ese monstruoso acontecimiento. Debería haberle hecho la pregunta a Acebes que era Ministro del Interior en aquellos momentos y que estaba a su lado. Pero se dirigió a Zapatero. Y ante tanto odio me sobrevino el vómito. El mismo que experimentaba cuando en los tiempos de la transición escuchaba a Blas Piñar, a Girón, a Utrera Molina y tantos otros. Dos Españas. Agapito tiene claro la existencia de dos Españas. Las necesita para justificar el rencor, el inmenso rencor que supuraban sus palabras.

Me gustaría saber si Rajoy firma y aprueba las consideraciones de Agapito. No he oído a ningún dirigente del Partido Popular distanciarse de ellas. ¿Porque están de acuerdo? ¿Por cobardía? ¿Por cinismo? ¿Porque se empeñan en la tarea de ahondar la zanja de la división? ¿Por añoranzas inconfesables? ¿Por cordones umbilicales que unen irremediablemente al pasado? Prefiero no seguir preguntando.

Manifestación multitudinaria. Un millón doscientas mil personas. Ciento veinte mil. Qué más da la cifra. Víctimas del terror. Arrastrando su dolor en sillas de ruedas. Llevando sus muertos en los sótanos doloridos del alma. Rosas negras escoltando los recuerdos. Nadie hizo referencia a cuarenta millones de españoles que no estábamos bajo los paraguas en la fría tarde madrileña. Pero que también hemos sido víctimas, que podemos seguir siéndolo. Porque en este país todos hemos estado en el punto de mira. Porque nos pudo, nos puede sorprender, una bomba mientras besamos unos labios o compartimos la alegría de un reencuentro. De nosotros, de los que no estábamos en la Calle Velázquez, no se acordó Agapito. Ignoró que fuimos también víctimas. Y nos llamó cobardes. Y traidores. Y nos echó en cara que luchamos para que nuestros hijos puedan disfrutar de una calle libre que no sea propiedad de ETA ni de Acebes.

¿Es tan difícil entender que simplemente buscamos la paz, que queremos construir la paz, que nos esforzamos sólo por la paz? Amamos la palabra porque respetamos la sangre de nuestros hijos. Porque queremos proclamar que los hombres podemos entendernos. ¿Es tan difícil pensar que odiamos el odio, pero sin odio?

En la Puerta del Sol se celebró una manifestación de mujeres maltratadas. ETA hace más de tres años que no mata. Nosotros, los que no somos terroristas, hemos asesinado en los once meses de este año a sesenta y dos mujeres. Allí no estaba Agapito. Pero ellas, sí. Con el alma a media asta, con el amor tronchado, sin raíces de vida. Solas con la soledad olvidada de los besos. Allí no estaba Agapito. Porque de tanto crimen macho que protesten otros. A él le bastaba su náusea regurgitada.

No quiero caminar cargado con el rencor de Agapito por las tristes aceras de los Acebes propietarios.

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